Contra los pronósticos y la “influencia” mediática, el acuerdo de paz sufrió un revés en Colombia.
¿Apoya usted el acuerdo final para la terminación del conflicto y la construcción de una paz estable y duradera? fue la pregunta formulada a casi 35 millones de colombianos convocados hace 4 días para, a través de un plebiscito, completar el proceso de negociaciones entre el gobierno y la guerrilla.
La sintaxis y los operadores semánticos (estructura y palabras motivadoras) empleados en la interrogante, más el deseo por cerrar 52 años de enfrentamiento interno en el país sudamericano, auguraban que de las urnas surgiría un robustecido “Sí”.
Como refuerzo del vaticinio optimista aparecía el entorno del acto solemne protagonizado en Cartagena el lunes 26 de septiembre por el presidente Juan Manuel Santos, y Rodrigo Londoño, líder de las Fuerzas Armadas Revolucionarias (FARC), quienes se abrazaron bajo la ovación de 15 jefes de Estado del continente; Ban Ki-moon, secretario general de la Organización de las Naciones Unidas; altos funcionarios de entes multilaterales, 27 cancilleres y personajes de la sociedad local.
Y por si algo faltaba, la guinda en el pastel de la celebración llegó desde los influyentes medios de comunicación, que dentro y fuera de Colombia se sumaron al coro y daban por cumplido el “trámite”.
Sin embargo, solo votaron poco más de 13 millones (37 por ciento), de los que el 49.78 avaló la propuesta, mientras el 50.22 dijo “No”, cifras que junto al 63 por ciento de abstencionismo colocan contra las cuerdas a los firmantes, dado que, según ha expresado el gobernante, “no consideraron un Plan B”.
Resulta difícil establecer las razones para frenar los 4 años de conversaciones que antecedieron a la emotiva ceremonia del mes pasado, pero puede señalarse que el domingo 2 de octubre a la típica polarización social que muestran los porcentajes del Sí y el No, siguió el también característico “qué me importa” traducido en quienes optaron por quedarse en casa, ir al cine, al estadio o a “rumbear”.
Fue notorio que en las zonas rurales, donde se han sufrido los embates bélicos y donde se registra la mayoría de las 220 mil víctimas mortales, triunfó el “Sí”, en tanto que el “No” dominó en los centros urbanos y ciudades que a lo largo del tiempo se han enterado “por las noticias” de la lucha armada y sus efectos.
Tales posturas explican lo que genera cualquier conflicto: quienes lo padecen buscan salir de él y no repetirlo, y quienes lo han visto desde la distancia o han tenido repercusiones colaterales, se yerguen en jueces implacables que castigan a todos por igual.
Por supuesto, el rechazo pasivo o activo al compromiso Gobierno-insurgencia tiene mucha tela que cortar, como el peso de las voces críticas encabezadas por el exmandatario Álvaro Uribe, el argumento de que la ciudadanía tuvo apenas 5 días para analizar un documento de 297 páginas y las dudas relacionadas con supuestos beneficios legales y políticos que tendrían los miembros de las FARC.
En ese sentido, ahora se habla de renegociar y prácticamente se ha creado un nudo gordiano, de manera que el reto será desatarlo, por el bien de Colombia, un país que, como documenta el Centro Nacional de Memoria Histórica, además de los 220 mil muertos, reporta 5.7 millones de personas forzadas al desplazamiento, 25 mil desaparecidas y 30 mil secuestradas.
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