A muy temprana edad, muchos niños se suman a la fuerza laboral del país.
Recuerdo a mi padre que constantemente reprochaba a mi madre trabajar mucho. Los ricos ya están cabales, para qué matarse tanto, le decía, en una actitud de conformismo extremo. Y así fue. Nunca pasó de ganar el jornal de cada día. Levantarse de madrugada para avanzar en su tarea antes de que el sol abrasador de oriente consumiera sus energías. Que yo recuerde, regresaba a casa muy temprano, encendía su primer cigarrillo, y luego otro, hasta consumir la cajetilla completa. Nunca ingirió bebidas alcohólicas, por dicha. ¿Era feliz con esa ruta de vida?, no lo sé. Yo era muy pequeño para saberlo. Solo escuchaba aquella frase recurrente: la vida es una m. Quizá padecía de depresión. Mi padre murió a causa de un accidente cuando tenía 76 años.
Mi madre, por el contrario, era un motor incansable. Nunca paraba. Iba y venía. Vendía ropa, que ella misma confeccionaba, y otro tipo de mercadería que se le cruzara en el camino. Hay que trabajar mijo; del cielo no cae nada, más que la lluvia, solía repetir, siempre con una sonrisa en los labios.
Hoy que recuerdo estas escenas pienso en los guatemaltecos que bajo el lema de mi padre, se hunden en el conformismo y se dan por vencidos en la lucha por la vida. Pero también me consuela constantemente la frase de mi madre, quien nunca dio su brazo a torcer hasta el día aquel en el que, obligada, la hice dejar de trabajar. Tenía 70 años entonces. Ya no más, le dije. Lloró, hizo berrinche y me increpó que aún tenía fuerzas suficientes para hacerlo. Sí, pero ya no, le dije, dándole un fuerte abrazo.
Estoy convencido de que el guatemalteco es un trabajador empedernido. Basta con salir a las 4 o 5 de la mañana y ver en las paradas de buses a decenas de madrugadores esperando transporte para ir a sus labores. Por donde quiera que vuelvo la vista veo un dinamismo que infunde entusiasmo, vitalidad y esperanza en la clase trabajadora, especialmente la clase obrera y campesina. Desde muy chicos, muchos niños se suman a la fuerza laboral del país; algunos, con oficios altamente riesgosos, como la pólvora, la piedra y la cal.
Y si este panorama es así, como estoy seguro que lo es, ¿por qué en vez de ir hacia adelante, vamos hacia atrás como el cangrejo? Veamos algunos números: Según la Encuesta Nacional de Condiciones de Vida ENCOVI 2014, publicada en 2015, el 59.3 por ciento de los guatemaltecos vive en condición de pobreza, lo cual equivale a 10 millones de habitantes de un total de 17 millones calculado para este año.
El 23.4 por ciento vive en condiciones de extrema pobreza (4 millones de personas). En términos porcentuales estamos 9 por ciento más pobres que en el año 2010.
Somos el país con mayor nivel de desnutrición infantil en Centroamérica y el quinto en el mundo. Estamos dando vueltas en círculo.
Superado el discurso antagónico de ricos y pobres, es preciso hacer un análisis profundo sobre esta situación y trazar, como país, las políticas de desarrollo sostenible para superar este flagelo. No podemos esperar más, o nos vamos a la debacle.
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