La niñez es el período de la vida humana en el que se le da rienda suelta a la imaginación.
Los niños y las niñas son capaces de construir un mundo imaginario en donde todo es posible: piedras que hablan, árboles que sueñan, animales que sostienen conversaciones con las personas y toda una gama de construcciones simbólicas, que acaso, los prepare para enfrentar una vida adulta llena de realidades amargas y desesperantes.
La niñez es la etapa en la cual todo es color de rosa, y por muchas vicisitudes que se enfrenten, la existencia sigue, con su trajinar de hadas y de duendes.
Hay, sin embargo, hechos traumáticos que pueden alterar los sueños infantiles, causando en su mente un impacto difícilmente superable: una violación y un posterior embarazo, en el caso de las niñas.
Esto altera diametralmente el destino de las menores y las hace enfrentar situaciones que nunca pasaron por sus mentes. Además, les causa heridas, no solo en su cuerpo físico, sino en su ámbito emocional, afectivo e, incluso, intelectual.
El adulto que irresponsablemente comete un acto deleznable de violación a una niña, no solo ultraja su dignidad, sino que mancilla su psique y provoca heridas en el alma, las que le acompañarán por el resto de su vida.
Continuamente se publican en los medios de comunicación noticias sobre niñas embarazadas a muy temprana edad, quienes al dar a luz, si es que lo logran, se constituirán en niñas cuidando niñas o niños, según sea el caso. En otras palabras, cambiar las muñecas por un bebé de carne y hueso.
Es desgarrador ver esas imágenes que no solo denigran a la niñez, sino también causan una herida profunda en la dignidad nacional que, como país, debemos preservar.
El extremo de esos casos es que muchas veces son actos delictivos cometidos por los propios padres o parientes cercanos, incluso bajo el silencio cómplice de la madre de la menor.
Estos individuos deberían ser juzgados por partida doble, pues no solo han cometido el delito del incesto sino han faltado a su responsabilidad de ser protectores de la vida, la seguridad y el bienestar de sus hijas.
Hace muchos años conocí el caso de una familia de la cual se decía que el padre había procreado hijos con su propia hija, y no uno, sino tres. El silencio cómplice de la madre había permitido tal canallada.
Los tres menores padecían problemas físicos y mentales, pues, como es de suponerse, la genética es sabia y no acepta estos cruces. Lo más probable es que los niños que resulten de estos actos incestuosos, padezcan de cualquier anormalidad.
Si usted conoce algún caso de estos, no se quede callado, denúncielo ante las autoridades.
No permita que se robe la infancia de las pequeñas, quienes tienen todo el derecho de vivir en un mundo que les provea seguridad y amor, al igual que una preparación adecuada para su vida futura.
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