Esta razón ha llevado a muchas personas de la tercera edad a padecer de profunda depresión.
En Guatemala hay dos tipos de ciudadanía: los ciudadanos plenos y los ciudadanos a medias. Los primeros gozan de todos sus derechos y deberes constitucionales. Los segundos, mediante subterfugios legales y prácticas insanas han perdido ciertos derechos, tal es el caso de los adultos mayores.
Llegar a 65 años en nuestro país significa resignarse a que ciertos derechos se le nieguen y pasar a condición de lo que eufemísticamente se le llama “clases pasivas”. Disminuidos en su salud física, después de haber acumulado una enorme cantidad de años de trabajo y contribución al Estado, los adultos mayores tienen que sufrir el denigrante trato de no ser aceptados o hacerlo a medias, en diferentes actividades.
En los puestos de trabajo no tienen cabida en la mayoría de casos. Lo siento mucho, usted ya no califica para el puesto. En las instituciones financieras, ya no son sujetos de crédito. ¿La razón? Tener 65 años y aunque quieran hipotecar una propiedad para obtener un préstamo, a riesgo de perderla, las ventanillas están cerradas. Si la consulta se hace vía telefónica, al otro lado de la línea responderá un empleado con tono de indiferencia, siguiendo el patrón de la exclusión, que ya no es sujeto de crédito por su “avanzada edad”.
A los ancianos de escasos recursos, el panorama no les pinta nada bien. En muchos casos la propia familia los abandona a su suerte, desechados como un mueble viejo, inservible. Y no digamos aquellos que padecen alguna enfermedad que no les permite valerse por sus propios medios. Existen muchas denuncias sobre el mal trato que algunos choferes dan a los ancianos cuando presentan su carnet para viajar sin costo en el transporte público.
¡Y qué decir del calvario que a diario sufren en las instituciones de servicio público! Para muestra, basta con acercarse a centros de salud como el IGSS y los hospitales públicos para darse cuenta de los cientos de ancianos que demandan ser atendidos sin resultados positivos. Pareciera que llegar a 65 años es el camino sin retorno a dejar de vivir una vida ciudadana plena, o al menos, reclamar todos los derechos vigentes en la Constitución de la República y en los tratados internacionales.
El sistema se encargará de expulsarlo y descartarlo como pieza laboral, orillándolo, por acción u omisión, a sentir que ya no es útil a la sociedad, y a veces, que ya no es útil a la vida misma. Esta razón ha llevado a muchas personas de la tercera edad a padecer de profunda depresión y en casos extremos a quitarse la vida.
Somos una sociedad insensible que ha perdido la capacidad de ser solidaria. No se dónde perdimos el rumbo. Recuerdo aquellos años donde los ancianos eran el epicentro del hogar. Alrededor de ellos transcurría la vida familiar, y no por medios autoritarios, sino porque inspiraban lo mejor de las relaciones de afecto. Dichosos aquellos hogares que aún mantienen esta filosofía del amor y ven en un anciano, la oportunidad para obtener conocimiento y experiencia de vida.
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