Debemos pensar como verdaderos hijos de Dios, ser multiplicadores de la paz, serenidad y paciencia.
Por la misma situación de violencia y de sed de venganza que existe en el prójimo sensible por tanto delincuente alborotado en Guatemala, hay grupos que se alegran de la aplicación de la “ley del talión”, el ojo por ojo, al estilo del oeste cinematográfico. Aquel que hiciera mal, mal le tocaba, aquel que mataba, muerto tenía que estar. La realidad es que como cristianos, sabemos que no tenemos autoridad para quitarle la vida a una persona, además, como ciudadanos respetuosos de la Ley que rige nuestra relación social dentro del territorio nacional, tampoco lo podemos hacer, porque se constituye en delito.
Es decir, que el vapulear a una persona hasta lograr su muerte. En algunos casos pasar de esa etapa al linchamiento, quemarlo vivo, puede ser objeto de investigación y el o los responsables pueden ir a la cárcel, pero ese no es el objetivo de la opinión de hoy. Lo que quiero decir, es que todos tenemos esa sed de venganza en nuestro corazón, más cuando somos afectados de manera directa por los asesinos, es difícil que exista alguien que diga que no. Lo correcto es no tomar venganza por su propia mano, menos en muchedumbre, dejar que el marco jurídico opere. Respirar profundo y recuperar el control mental para no caer en el mismo comportamiento satánico de aquel que lo hizo.
Es difícil. Por supuesto, que es una lucha interna con su yo vengativo y su yo consciente. Debemos pensar como verdaderos hijos de Dios, ser multiplicadores de la paz, serenidad y paciencia, en la sensatez se encuentra la respuesta de la prudencia, no debemos copiar lo malo, tenemos que ser útiles para nuestra familia y para la sociedad. El tomar venganza con nuestras manos, a lo único que nos lleva es a mancharnos de sangre, a convertirnos en sanguinarios, perdemos el orden que nos rige como marco jurídico y se pierde el respeto social. Además de poner en peligro una cadena de muertes, porque ya llegará el familiar a quererse vengar.
Muchos de esos cuadros los hemos presenciado. Los papás, hermanos, tíos o primos, buscan la vendetta. Se pierde el respeto humano, se adora la muerte. Se olvidan de los principios cristianos. No hay un amor a Dios. En los linchamientos se observan líderes negativos, aquellos que tienen sed de maldad, que manejan a la muchedumbre a cometer actos salvajes. Por muy implicado y responsable que sea la persona que está siendo juzgada por un grupo de personas, no tenemos la autoridad de privarlo de la vida. Para eso están los aparatos de justicia, las personas que representan las instituciones de seguridad y justicia.
La desconfianza es mala justificación para tomar venganza personal. Si realmente somos patriotas, amantes de la paz y la tranquilidad de nuestro pueblo, tenemos que ser multiplicadores del mensaje de diálogo. Comunicándonos podemos resolver nuestras diferencias.
Si surgen expresiones satánicas en multitudes concentradas, lo mejor es obviarlas y eliminarlas del grupo. Llamar a la autoridad para que se haga cargo del supuesto personaje y se verifique la exactitud del delito, porque puede ser que más de alguno de aquellos que hemos asesinado con fuego y golpes, eran inocente.
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