Corremos el riesgo histórico que advirtió Winston Churchill: “si el presente trata de juzgar el pasado, perderá el futuro”.
Hace 62 años, el 2 de agosto de 1954, los cadetes de la Escuela Politécnica salieron en defensa de la dignidad nacional cuando combatieron a las tropas de mercenarios del “Ejército de Liberación Nacional” que se hicieron pasar por campesinos y agricultores del oriente de Guatemala. En esa rebelión fallecieron los cadetes Araneda, Luis Antonio Bosh Castro, Carlos Enrique Hurtarte Coronado y el soldado Lázaro Yucuté.
Con la Reforma Liberal de 1871 surgió el Ejército como institución profesional para fortalecer las medidas de modernización económica, en especial en los sistemas de tenencia de la tierra. Los cambios que se dieron hace casi siglo y medio produjeron obras de gran impacto como la construcción de ferrocarriles, la habilitación de puertos en el Pacífico, la introducción del telégrafo y el inicio del sistema financiero. Hubo un gran esfuerzo para que el café se convirtiera en el principal producto de exportación, además de fomentar e introducir cultivos.
Mientras algunos se beneficiaban con la modernización, los indígenas eran despojados de sus tierras comunitarias y se regulaba el infame trabajo forzoso en el área rural.
Los militares formaron parte del movimiento cívico que impidió la continuación de la dictadura de Jorge Ubico. En 1960 se sublevaron porque el territorio nacional fue utilizado para campos de entrenamiento de expedicionarios extranjeros, a cambio de dinero contante y sonante, y un aumento de la cuota guatemalteca de azúcar en el mercado internacional; así como concesiones del gobierno de Ydígoras Fuentes, plagado de actos de corrupción. Fueron los militares inconformes los que detonaron las causas que dieron origen al enfrentamiento armado interno.
En 2016 se cumplirán 20 años de la firma de los Acuerdos de Paz. El papel prioritario de las fuerzas armadas es proteger los intereses vitales de la nación y los recursos naturales.
No debemos quedarnos atrapados en las redes del pasado. Estamos concentrados en el hoy y en el ahora, para heredar un sistema en que todas y todos participen y se sientan representados. Tiene la razón el filósofo alemán Nietzsche al decir que solo quienes construyen el futuro tienen el derecho de juzgar el pasado.
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