Las maniobras de unos nos orillan a nuevos abismos.
¿Qué pasó en nuestro comportamiento colectivo que toleró hasta la saciedad la banalidad por y en lo político? ¿Por qué no se comprendió con antelación la ruta al despeñadero al que nos lleva presurosamente este grupo de personas que se hacen llamar políticos? Sobresale (campea) el Gobierno, el dominio y el poder del yo en su excelsa expresión del más egoísta individualismo y egocentrismo. Nos gobierna desde dentro de nuestra intimidad una marcada egocracia.
Y las personas que se asocian, se rodean, conviven y aconsejan a los llamados dirigentes políticos, medran de la vanidad del ególatra que raya en lo ridículo. Le alimentan con sus ciegos alientos la supuesta infalibilidad de las decisiones de sus asesorados, estimulando así una egolatría, aun más que enfermiza causante de los desaciertos.
Estos presuntuosos se vanaglorian en extremo en sus declaraciones ante los medios de comunicación social, en tanto sus adláteres manipulan para sí mismos sus particulares y oscuros intereses. Ganan sus propias victorias y en las narices del asesorado le pasan las abusivas maniobras que les consolidan en medio de tantas absurdas decisiones y declaraciones por más innecesarias. Son una expresión de una simbiosis de interés que empujan al descalabro la institucionalidad. Contribuyen al incremento de las injusticias y nos orillan con cada vez más celeridad a nuevos abismos.
La sociedad cambió de muchas maneras de abril de 2015 a la fecha. Pero los políticos no. Las personas en lo individual, los grupos organizados o sin organización requieren, demandan, necesitan nuevas reglas, nuevos espacios de expresión. Renovar las normas generales y particulares de convivencia en el marco del ejercicio de Gobierno, de las relaciones de dominio y del ejercicio del poder, es imperativo.
En nosotros mismos se anida el primer obstáculo. Si toleramos, si continuamos permitiendo que otros asuman la directriz de lo que colectivamente nos afecta a todos, entonces vamos en el camino correcto hacia la perfección de la egocracia. Pero, ojo, eso sencillamente es inadmisible. No dejemos que el actual estado de cosas se manifieste en una inercia que obstruye los cambios necesarios. Pongamos cuidado a lo que ocurre en nuestro alrededor.
Es necesario prestar lo mejor de nuestra atención. Ante nuestros ojos se plasma un desfile de inequidades, cuyo aguante impide el desarrollo de los cambios estructurales que han de adoptarse desde el seno mismo de un Congreso atrapado en esos afanes bizantinos de estériles expresiones de arrogancia que nublan la razón. La Asamblea tambalea y no es por una fuerza o mano invisible que la ataque. No. No es así, lo que sucede es otro tipo de problemática que no se encara, la que se manifiesta con demasiada prestancia. Las conquistas de la plaza requieren una mayor responsabilidad de la dirigencia política, coherencia de pensamiento, precisión en el actuar y correspondencia para con la sociedad en todas sus expresiones.
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