La planificación cubre los vacíos, pero muchos cambios requieren trascender de la resistencia hacia la proactividad.
Es común decir que en términos de planificación el papel aguanta con todo. Existe un escepticismo generalizado con respecto de los instrumentos de planificación, claramente sobre la experiencia de la poca o ausente continuidad en la implementación de políticas públicas y, por tanto, de las estrategias de desarrollo y cambio.
En principio, no se puede ignorar la variable de mayor relevancia en este sentido, que es el rol de los actores responsables en la toma de decisiones y de la ejecución. Considerando que las orientaciones de la planificación nacen en el nivel político, hay elementos de primer orden que inciden en la viabilidad y ejecución, estos vienen a ser las características del liderazgo político, los ideales, opiniones, prejuicios y criterios de los tomadores de decisiones, e incluso, cuestiones como sus consideraciones sobre el prestigio y el ámbito de la competencia. Desafortunadamente en nuestro contexto, la cultura política ha sido personalista y no institucionalista, las falacias ad hominen que esta concepción involucra explica en gran medida, la poca continuidad de políticas y estrategias.
Otro elemento que marca y contribuye a explicar esa brecha entre planificación y cambio está relacionado con los procesos de evaluación, en tanto, que en algunos contextos se pasa por alto la importancia de evaluar y retroalimentar la ejecución de estrategias, manteniendo activos mecanismos de comunicación y coordinación, debilidad que fragmenta el conocimiento y la apropiación que los actores puedan llegar a tener de los procesos. Además, un proceso de evaluación sistemático puede en determinado momento devenir garantía de la continuidad, claro, con los ajustes y correctivos siempre necesarios.
Por último, y no menos importante, hay elementos de carácter material u objetivo que condicionan la ejecución de los planes estratégicos, por ejemplo: las competencias institucionales y sus mandatos legales. De igual forma, un factor fundamental es la alineación plan–presupuesto; si bien, el lugar que ocupa un determinado tema en la planificación estratégica expresa la importancia que se le asigna, más aún, el lugar que ocupa en el presupuesto: si un plan, una estrategia o una meta no está presupuestada y no cuenta con los recursos necesarios, su ejecución es prácticamente inviable.
Generalmente, la planificación responde a la necesidad de cubrir los vacíos identificados; sin embargo, muchos de los cambios son impuestos, esto requiere trascender de la resistencia hacia la proactividad.
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