Jimmy Morales no es el primer Presidente de Guatemala que enseña con fábulas.
La revista ContraPoder afirma que está agotándose el repertorio de fábulas a las que recurre el presidente Jimmy Morales. La publicación “preguntó a expertos en literatura qué fábula le recomendarían leer y porqué”. Raúl Figueroa, Carlos Augusto Velásquez, Enán Moreno y Philipe Hunziker hicieron sus severas admoniciones. Quienes piden cuidar lo que dice el Presidente son quienes se equivocan. En los dos últimos siglos, el lenguaje y la simbología de la fábula han sido considerados, de manera errónea, como relatos infantiles. Originalmente, eran narraciones didácticas para adultos y cumplían una importante función social, a la par del mito y la leyenda. El mito mantenía las creencias religiosas; además, de explicar el origen del mundo. La leyenda preservaba los recuerdos para conservar el sentido de pertenencia a un pueblo y sentir orgullo por ciertos personajes y hechos.
La fábula era la manera amena y eficaz para filosofar sobre la vida cotidiana y acerca de los valores considerados necesarios. Para no ofender a las personas, los protagonistas son animales u objetos, ya que se critican comportamientos y no a los seres humanos. Sócrates, por medio de Platón, citaba las fábulas de Esopo, pues durante siglos resultaron valiosas para el desarrollo moral de las personas. Ese importante aporte de las fábulas lo recuperaron La Fontaine, Iriarte y Samaniego, cuando revivieron este género en el siglo XVIII.
En esta época de la democracia del escándalo, hay que recomendar a la opinocracia, constituida por los analistas políticos, que enriquezcan su acervo cultural con la lectura de Fábula del tiburón y las sardinas, del expresidente Juan José Arévalo. En 2016 se cumplen 60 años de su publicación. La fábula mantiene su vigencia, no solo para Guatemala, sino para toda Latinoamérica. Arévalo aleccionaba sobre la injerencia de los Estados Unidos en los asuntos internos de nuestros países. La amenaza se ha agravado con el ascenso de la candidatura presidencial de Donald Trump. La mirada maligna del magnate del entretenimiento, convertido en político, contrasta con las moralejas inofensivas del presidente guatemalteco.
Estados Unidos parece reinventarse al cambiar a Barack Obama por Donald Trump. Sesenta años después de la fábula inmortalizada por el presidente educador, la voracidad del tiburón parece que quedará atrapada en sus propias contradicciones. El escualo ahora, parece ofuscado ante el clamor de los sectores más retrógrados del país del norte. En el afán de devorar a los países sardinas, el tiburón corre el riesgo de morderse la cola. Ahora bien, ¿qué experto nos dirá la moraleja de esta historia?
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