La capacidad de gobernanza se consolida en la medida que los actores institucionales comprenden la complejidad del conflicto.
El conflicto es inherente al ser humano”, es una constante en la historia de las sociedades; es en función de las manifestaciones de conflicto que los sistemas sociales evolucionan.
En las ciencias sociales hay autores que teorizan desde el conflicto, es decir, en relación a la forma en que las sociedades se han construido a partir de circunstancias diferenciadas (económicas, políticas, ambientales y otras) y cómo cada combinación única de variables ha dado lugar, en diferente tiempo y espacio, a transformaciones sociales. En este sentido, es fundamental hacer una declaración de principio: el conflicto no es sinónimo de violencia. Claramente un conflicto puede escalar hasta niveles donde se agota la mediación y negociación, llevando a la confrontación directa y usos de violencia entre los actores.
Pero, ¿qué es un conflicto? Un conflicto puede entenderse como un tipo de relación, este es un punto importante en tanto que no es algo abstracto; más bien refiere un conjunto de factores que se entremezclan en una forma muy particular: un grupo o persona se siente en situación de desventaja, injusticia o desigualdad frente al “otro”, y atribuye a ese “otro” la responsabilidad de tal situación, por lo que busca influir en la contraparte para modificar favorablemente su situación.
Si bien un conflicto no se caracteriza por ser violento (en términos de violencia directa), en contextos como el guatemalteco, no se puede distanciar el conflicto social de las estructuras que le subyacen; este viene a ser, esencialmente, la manifestación empírica, lo observable de un complejo más profundo de conflictividad. Otra aclaración es necesaria: conflictividad y conflicto, deben entenderse como conceptos diferenciados, por tanto, su abordaje debe ser diferenciado.
Mientras que el conflicto se entiende como una relación, la conflictividad es más bien un proceso de carácter histórico que refiere a una serie de conflictos de diferente orden y naturaleza, que a lo largo del tiempo no han sido resueltos y producen una compleja red de relaciones y efectos, es más que la suma de todos los conflictos persistentes en una sociedad.
Tanto la evidencia empírica, como la teoría social, evidencian que los Estados siguen siendo el principal actor al que se dirigen los conflictos y demandas de solución. La capacidad de gobernanza del Estado se consolida en la medida que los actores institucionales comprenden esta compleja red de conflictos y armonizan sus respuestas con las diferentes expresiones sociales, económicas, políticas y culturales.
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