Ingresar en el hogar de Alfredo MacKenney, un empedernido por los volcanes, principalmente el de Pacaya, es inmiscuirse en un mundo en el que se exhiben tradiciones y costumbres de Guatemala, y, sobre todo, sentir a flor de piel aspectos del coloso situado en Escuintla.
Fotografías de la montaña humeante, maquetas de sitios arqueológicos y tallados en yeso abrazan las paredes de tres cuartos. En otro almacena moros, característicos de los bailes folclóricos de diversas regiones del país, mientras que en un pasillo estrecho hace alarde de máscaras antigás utilizadas en la Segunda Guerra Mundial.
Ese es el preámbulo para llegar a la sala, lugar donde ofreció la entrevista. Cada paso que se da invita a explorar y adentrarse en un universo pequeño, que almacena un sinfín de reliquias. “Me hacen falta paredes”, dice en tono sonriente, mientras sostiene una efigie de la Universidad de San Carlos, donde se graduó como médico y cirujano.
MacKenney es el hombre de las mil batallas, conoce el volcán de Pacaya, de 2 mil 552 metros de altura, como la palma de su mano.
Cuando habla de él delira, entra en un lance de emoción, y no es para menos, pues su memoria almacena una amplia gama de historias, como la primera vez que lo escaló, en 1950, y la más reciente, el domingo. En total suma mil 513 ascensos. “La primera vez íbamos 4 personas, era de noche, llevaba una cámara y mis bombillas, había 3 cráteres explosivos y un río de lava”, relata.
Pero el pasatiempo, como él lo considera, se asocia a la cinematografía; los dos elementos van de la mano. Cada vez que sube filma y escribe: sus películas han sido adquiridas para reproducir documentales internacionales, mientras que de sus apuntes se desprende el libro Erupciones del Pacaya. “Se me volvió una obsesión subir semanalmente, filmar y tomar apuntes”, explica.
Dice no temerle a las erupciones. Ha estado tan cerca que, entre sus recuerdos, posee piedras que se forman de la lava volcánica, las cuales ha tomado cuando están al rojo vivo. “La maravilla del Pacaya es acercarse a los ríos de lava y prender los cigarrillos”, manifiesta.
En Quetzaltenango, donde cursó sus estudios primarios, despertó la pasión por escalar, debido a que la ciudad está rodeada de montañas; sin embargo, fueron las excursiones colegiales las que lo impulsaron y lo llevaron a subir todos los volcanes del país, hazaña que terminó en 1964.
Con tinte de broma expresa que para que alguien sea considerado parte de la familia, tiene que ascender el Pacaya. “Ese es el requisito”, resalta quien a sus 84 años esconde una fortaleza para continuar con los ascensos y visitar la cima, que lleva su nombre desde 1985, uno de los numerosos reconocimientos que ha recibido a lo largo de su carrera.
¿Cuándo parará? Por ahora se concentra en el ascenso mil 514, el cual, debido a que el domingo tiene compromisos familiares, se postergará para el siguiente. MacKenney apunta que no le importa que por esa pasión lo consideren un loco.
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