Todavía no merecemos heredar la Guatemala que reinventó este gran escritor.
Este 9 de junio se cumplen 42 años del fallecimiento de Miguel Ángel Asturias (1899-1974). El inventario de sus obras incluye novelas, cuentos, ensayos, poesía, teatro y crónica periodística. La crítica especializada centra su atención en las grandes narraciones: El señor Presidente y Hombres de maíz, que le dieron renombre mundial y a las cuales se atribuye la concesión del Premio Nobel de Literatura en 1967.
Asturias es el guatemalteco de mayor sentido universal, un autor “clásico”, porque todos repiten su nombre, pero nadie lee su obra. La mayor recepción se dio en el centenario de su nacimiento, en 1999, en especial con la ampliación del número de ediciones críticas de sus obras en la Colección Archivos.
Esta es una asociación de organismos internacionales y nacionales de investigación de 13 países, cuyo origen es la disposición de Asturias, fechada en 1971, de legar sus manuscritos a la Biblioteca Nacional de Francia para ser estudiados y editados por el Centro de Investigaciones Científica francés. La iniciativa propició la configuración cronológica, estilística e ideológica de los textos asturianos. Miguel Ángel Asturias es un héroe cultural; sin embargo, es un autor extraviado y a quien los ignorantes solo lo citan por una expresión que nunca dijo: “En Guatemala solo se puede vivir borracho”. Es primordial respetar a este guatemalteco esencial, si queremos dignificarnos. Debemos recurrir a lo que pidió el propio Asturias: “Que el argumento sustituya al insulto. Que en la discusión clara del pensamiento de saparezcan las personalidades que nada son junto a las ideas. Que al equivocado se le diga ‘está usted equivocado’, sin insultarlo. Si el periodista viene destilando hiel, si en lugar de pensar muerde, si sus escritos carecen de seriedad por ser insultativos, ¿con qué razón se reclama al pueblo que defienda la libertad de pensamiento, cuando en este caso no es libertad de pensamiento, sino derecho al insulto, al vómito y al mordisco?”.
Guatemala está en Asturias, un autor que, como apuntó Manuel José Arce, “modificó definitivamente el ‘estilo’ de Guatemala y situó el pequeño país en el mundo. Entró en el mundo indígena, lo rescató de la mera condición de ‘curiosidad nativa’ y de la baratija vendible a los turistas; subrayó el alma de su pueblo, le dio una identidad al país. Una identidad, sí, proyectada universalmente. Asturias nos obligó a vernos, a conocernos y a aceptarnos con todas nuestras miserias, nuestras mezquindades, nuestras condiciones y, también nuestras pequeñas grandezas perseguidas”.
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