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Pongamos de moda la decencia

La solución a la inseguridad política es promulgar una nueva Constitución de la República.

Hoy, 31 de mayo, se cumplen 31 años de la promulgación de la Constitución Política de la República. Tuve el privilegio de ser el editor de los Diarios de Sesiones de la Asamblea Nacional Constituyente (1984-1985), un crédito que me fue negado. Tomé el pulso al intenso debate entre los constituyentes y la apertura permanente para auscultar a las fuerzas vivas del país, con el fin de proteger los derechos humanos, conculcados frecuentemente durante la guerra interna. Esta preocupación está plasmada en la primera parte de la Carta Magna y en la creación de garantías como la Procuraduría de los Derechos Humanos, la Corte de Constitucionalidad y proceso de Amparo.

Los constituyentes concibieron la Constitución como un proyecto inconcluso, o sea, una empresa falible y susceptible de mejoramiento. Su fondo filosófico personalista la convirtió en una “obra abierta” (un calificativo debido a Jürgen Habermas), dado su carácter perfectible. Es un proyecto de sociedad justa que señala el “horizonte de expectativas” de una comunidad política que se debe ir adaptando a los cambios sociales, después de sus sucesivas relecturas. Los constituyentes nos heredaron un texto cuyos intérpretes más cualificados no son solo los magistrados constitucionales sino los ciudadanos dispuestos a participar en una auténtica democracia deliberativa.

En esta “democracia del escándalo” no nos sentimos identificados con un proyecto de Nación de Naciones, ni sentimos el orgullo de ser guatemaltecos. Ahora el clamor popular no ha sido atendido ni se materializará en nuevas leyes. La solución tampoco es remendar la Constitución de acuerdo con intereses sectoriales, como sucedió en 1993. Es la hora de replantear el acuerdo político, a cargo de diputados y diputadas constituyentes, diferentes a quienes hoy controlan el Congreso. El nuevo contrato social plasmado en otra Constitución Política permitirá construir un “nacionalismo constitucional”, para reconocernos con los contenidos universales de la Constitución.

Este nacionalismo no es la adhesión por el lugar donde nacimos. Consiste en participar en la construcción de una nueva Guatemala. Desde una perspectiva democrática, así podríamos sentirnos orgullosos de pertenecer a una república que tiene ante sí el desafío de convertirse en un ámbito pleno de transparencia, honestidad, observancia de las garantías constitucionales, de respeto a los derechos fundamentales y dirigida por personas de reconocida honorabilidad. Parafraseando a José Martí, pongamos de moda la decencia.


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