La falta de transparencia no está solo en quienes están a cargo del manejo de las instituciones de Gobierno.
Pareciera un cuento de no acabar la falta de transparencia en la vida de los guatemaltecos. Salen a luz los escándalos y a la par las peticiones de un cambio generalizado en la vida social y política del país. En Guatemala, como en la mayoría de países, tenemos la oportunidad de hacer cambios en la administración del Estado, pero los que se piden parecen más que difíciles, casi imposibles, porque el cambio no empieza de lo general, sino que nace a lo interno de cada persona, que tenga valores, principios morales, espirituales y, podemos agregar, académicos.
La falta de transparencia no está solo en quienes están a cargo de las instituciones gubernamentales o en eminencia en instituciones de la iniciativa privada, sino precisamente, en la falta de claridad en el ciudadano común y corriente que en su entorno familiar se conduce con ambigüedad, con la mentira, con el doblez que comúnmente se le llama doble discurso.
Nos damos cuenta de hechos a los que se les pone nombre y apellido, de acuerdo a la importancia que se les da en los medios informativos, pero en otros, pareciera que no son parte de la información que debe moldear a la opinión pública y es a la falta de transparencia en las gestiones que se hacen en las oficinas, y no solo de las gubernamentales porque ahora el espectro alcanzó a las particulares, donde en lugar de una sonrisa hay una mueca de fastidio y tortuguismo en la gestión, que permite que haya coima.
Por ejemplo en los accidentes de tránsito en los que se ven involucrados los autobuses extraurbanos de pasajeros. ¿Por qué? No hay control en las autoridades que deben evitar las tragedias mediante el control mecánico, calidad de conducción, estado psicológico, y si los pilotos han ingerido bebidas alcohólicas o drogas. La transparencia de los propietarios en la correcta administración de sus empresas y el estado de sus unidades. Todas esas piezas de un gran rompecabezas andan sueltas y por eso vemos suicidios y crímenes que alcanzan a niños y jóvenes.
La demanda debe ser que no exista ambigüedad en nuestra conducta como ciudadanos, como trabajadores o empresarios. Empecemos por cambiar nuestro endurecido corazón de piedra por uno de carne y eso solo puede ser cuando dependamos de Dios.
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