sábado , 23 noviembre 2024
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Avatares de madres profesionales

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Ser mujer por estos días resulta ser una tarea ardua y compleja. Las exigencias laborales, de la vida familiar, del ser pareja y del desarrollo individual pueden parecer incompatibles.

En este contexto, es bastante usual que muchas mujeres nos sintamos agobiadas y confundidas frente a las innumerables responsabilidades que debemos sobrellevar, particularmente en lo referente a nuestros hijos. En su repertorio mental pululan pensamientos que nos exigen ser madres involucradas, participativas, que dan respuestas eficaces y responsables del desarrollo de un ser integral y feliz –que es lo que deseamos para los hijos–. El problema es que la realidad del trabajo puede ir en contra de nuestros deseos más genuinos y profundos, donde muchas veces tenemos la impresión de que ese deseo solo queda en la intención y no se materializa como desearíamos.

A lo anterior se suma que ante cualquier dificultad que presenten nuestros hijos nos cuestionamos qué tan buenas madres somos, si lo estamos haciendo bien o mal, cuándo y cómo.

Desde la Psicología, se han desarrollado conceptos como el de apego, entendido como la relación afectiva entre el niño y sus cuidadores, (padres, abuelos y más) que están en el día a día con nuestro hijo: todo aquel que tiene un vínculo significativo y estable con el niño.

En términos ideales, se trata de la capacidad de contener, proteger y calmar al niño dándole apoyo y seguridad. Pero ¿qué pasa si nuestro hijo tiene pataletas, es poco tolerante a la frustración o es tímido?, ¿significa que lo hemos hecho mal, que somos negligentes en nuestra
vinculación? 

Ante situaciones como estas, la preocupación y la culpa sobrevienen.

Consideramos que, en esta sociedad posmoderna, ser madre se debiera plantear como una elección de vida. Tal vez aún persiste, de manera implícita en nuestra cultura, que solo por el hecho de ser mujer debemos ser madres. Sin embargo, concebir la maternidad como condición sine qua non del ser mujer nos puede llevar a ser menos conscientes de lo que realmente implica.

Tener la libertad de decidir sobre el ser o no madre nos puede conducir a asumirla con mayor responsabilidad, considerando que se trata de un compromiso de por vida.

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