Determinar la diferencia entre cortesía y oportunismo exige tacto.
En el dinamismo social, la actitud de “atención, respeto o afecto que tiene alguien a otra persona” (DRAE) facilita la convivencia. Eso es cortesía. Las relaciones, por supuesto, se enriquecen con la comunicación, y esta con las palabras, que son los recursos más frecuentes en este proceso. Pero, determinar la diferencia entre la cortesía y el oportunismo exige mucho tacto.
Cómo se aplica aquí el uso del lenguaje, entonces, es el asunto que trataremos. En esa intención de dirigirse con deferencia a cada persona, a veces es apenas la intuición, por ejemplo, la que lleva a acudir a ciertos apelativos: “Buenos días, doctor” (interpelando a alguien solo por usar corbata), “mi general, ¿cómo está?” (sobrando el posesivo “mi”), “disculpe, coronel, ¿sabe dónde está la oficina de correos?” (al vigilante de la ferretería cercana). Casos parecidos son más frecuentes de lo que se cree.
Surgen muchas preguntas acerca de este tratamiento: ¿es cortesía?, ¿temor?, ¿desconocimiento?, ¿sumisión?, ¿hipocresía?, ¿conductas masificadas?, ¿sentido del humor?, ¿irrespeto?, ¿ironía? Las respuestas exigirían, claro, una investigación detallada.
Para indagar sobre los motivos de estos usos, tomemos como referentes algunos de los muy trillados vocablos en el ambiente mercantil. En los centros comerciales y supermercados, abunda el “cancelar” en lugar del “pagar”; el “regálame” cuando pretenden decir “véndame”; los mismos vendedores insisten en “no manejamos” para indicar que “no vendemos”; “¿incluimos el servicio en la cuenta?” es “¿me dará propina?” y se emplea por instrucción de gerencia o por “política” empresarial.
Todos esos eufemismos, que son solo maneras de suavizar los significados, aparecen en círculos particulares; pero es tal su reiteración, que invaden el lenguaje del ciudadano corriente. Este supone que, por provenir de ciertos sectores, esas palabras y en esos contextos merecen incorporarse a la “riqueza” del vocabulario.
En el protocolo también se multiplican los desaciertos, pero esta vez con el uso de las mayúsculas. Escriben “Junta Directiva”, como si alguien o algo se llamara así: “María Directiva Gómez” o “Junta Natalia Pérez”. Abundan los “Gerentes”, “Directores”, “Jefes”, “Tenientes”, “Asistentes”, “Doctores”, así, con mayúsculas. Y hay quienes se ofenden si su cargo aparece escrito en letras minúsculas. ¿Habrá quien piense que un general recibirá otra medalla si escriben “General”? ¿Y será degradado si escriben “general”? Las virtudes no disminuyen ni aumentan por esos usos. Al nombrarla con distorsión, la realidad no cambia, ni se construye otra con los eufemismos, esos mentirosos amortiguadores del lenguaje.
Así, la grandeza no está en las mayúsculas, sino en el corazón.
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