Si se enseñara en el hogar los valores espirituales para salir adelante y les previniéramos como dicen los Salmos y les dijéramos que al malvado lo atrapan sus malas obras.
Hay muchos tesoros bíblicos que permanecen en el fondo del mar de la indiferencia y que de conocerse y ponerse en práctica podrían cambiar el corazón de piedra que tiene la humanidad y que ahora sigue llamando a lo malo bueno. Si se enseñara en el hogar los valores espirituales para salir adelante y les previniéramos y les dijéramos que al malvado lo atrapan sus malas obras no buscarían la riqueza mal habida, crecerían en amor y en respeto que es paz, alegría, paciencia, amabilidad y bondad.
Antaño en el hogar se zurcía y tejía en las prendas de vestir obras de arte para uso diario, hoy ni sueños ni esperanzas se tejen, porque el primer objetivo del ataque enemigo es el matrimonio, busca su disolución.
Los padres conviven a su manera con sus hijos, en el cumpleaños, una copa de licor para brindar por su futuro, pero las Escrituras dicen que hay caminos que parecen buenos y son de muerte. Hoy se habla mucho de cambios en un país convulsionado por los escándalos donde no hay fidelidad, humildad y dominio propio. La facilidad del vicio está a la esquina, ahora hasta en las tiendas se vende como azúcar o frijol. A lo que quiero llegar es que no hay valores, no se inculcan principios, pero se ha sembrado mucho temor y por eso se vive un estado de aprensión. Proverbios dice que hay una cosa segura: los malvados no quedarán impunes, pero los justos saldrán librados.
En Guatemala falta una justicia pronta y bien cumplida, acciones que protejan a los indefensos para no llegar a casos como el ocurrido recientemente en una arteria principal en el que un automovilista evitó un asalto a mano armada, hiriendo a uno de los asaltantes. Hay que buscar de Dios para que el corazón de piedra se convierta en uno de carne, con valores, principios, humildad y amor al prójimo, para buscar la convivencia sana y armoniosa, en donde no le hagamos al prójimo lo que no queremos que nos hagan. No hagamos daño, como lo hicieron unos diputados a una mujer, no en un exceso de celo puritano, sino de prepotencia por su condición de hombres y una autoridad mal ejemplificada. Falta dominio propio cuando se está en eminencia.
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