Sería una barbaridad afirmar que todos los servidores públicos son corruptos, o bien, que todos son monjas.
Una de las cosas que más he admirado es la mística con que algunas órdenes religiosas se entregan a las cosas de su credo. Recuerdo cuando era niño, en los hospitales donde estuve internado por varios meses, las imágenes imborrables de aquellas monjas vestidas de azul y blanco con enormes sombreros, dedicadas con esmero a atender a los enfermos que no podían valerse por sí mismos. En su rostro se reflejaba la gracia divina que significa servir al prójimo como se sirve a Dios.
Acudo a estas imágenes para hacer un parangón entre estas misioneras y los cánones de comportamiento de los servidores públicos, a quienes, por elección o nombramiento, la sociedad ha encomendado tareas políticas y funciones administrativas. Esta actividad requiere, no solo el cumplimiento de los términos establecidos en un contrato, sino de una buena dosis de ética, esa señorona que por lo visto, ha sido relegada al cuarto oscuro de los recuerdos.
Sería una barbaridad afirmar que todos los servidores públicos son corruptos, o bien, que todos son monjas de la caridad. Sin embargo, en períodos pasados hemos visto cómo han desfilado a cuales peores, un ejército de funcionarios señalados, no por sus buenas obras y su actuar ético, sino por actos reñidos con la ley y el incorrecto proceder, saqueando las arcas del Estado.
Pero no solo es el acto de robar, lo que riñe con la ética. También lo es el engañar y estafar la fe pública a favor de oscuros intereses personales, tal como sucede con un grueso número de diputados denominados “tránsfugas”, quienes se valieron de la fe ciudadana para llegar al poder mediante la plataforma que representaba un partido político y ya en sus funciones se han cambiado de organización como si fuera un acto de cambiarse de ropa interior.
¿Dónde quedó la ideología? ¿Dónde quedaron las elementales normas de fidelidad a la ciudadanía que los eligió? ¿Dónde quedó el respeto a la organización política que confió en ellos para que los representara en el Congreso? ¿Dónde quedó el respeto a su familia y a sí mismos? Estas son preguntas, cuyas respuestas seguramente no ofrecerán los tránsfugas. Ronda en el ambiente ciudadano un clima de desprecio a quienes, vestidos de niños de primera comunión, ofrecieron el oro y el moro a sus electores; aquellos que, confiados y sorprendidos en su buena fe, gastaron tiempo, energías, emociones y sortearon algunas vicisitudes para ir a depositar el voto a su favor.
¿Qué respuestas darán a los ciudadanos en un intento por reelegirse? ¿Con qué solvencia moral y ética actuarán en las tarimas públicas? ¿Cuál será la oferta política electoral de estos tránsfugas? ¿Cuál será su propuesta ética?
Aquellos servidores públicos que demuestran a diario un proceder ético y responsable frente a la cosa pública, y especialmente de vocación de servicio a la ciudadanía que con sus impuestos paga sus salarios, merecen una felicitación y reconocimiento a su actuar recto.
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