Debe ser una sanción que duela en la conciencia y el bolsillo. La Biblia dice que en esta vida la carrera no la ganan los más veloces.
Dolor, tristeza, tragedia y horror ha sido el común denominador de los acontecimientos en los que se han visto envueltos camiones, buses del transporte extraurbano y vehículos particulares. Se habla de la velocidad, los frenos, los pilotos bajo efectos de alcohol y, quedémonos ahí. Los accidentes han cobrado un elevado número de víctimas en pocas semanas, porque sobre la carretera está la ley de sálvese el que pueda, ante la acometida de un descontrolado que se deja venir enfrente. Se pueden tomar medidas y restricciones, pero no se puede llegar a la conciencia de propietarios, pilotos, ayudantes y pasajeros sobre el descuido en el que se encuentran las unidades y al abuso de la velocidad. ¿Por qué los pasajeros? Porque son parte de la sobrecarga, son parte de la prisa.
Es imperceptible el porcentaje de personas que no conocen la aventura, y su correspondiente peligro y riesgos, en lo que se convierte un viaje en las carreteras, sobre todo, por aquellos pilotos de buses y tráileres que rebasan en curvas, a gran velocidad o simplemente juegan a la muerte y orillan a otros vehículos. Debe ser un mensaje y una sanción que duela en la conciencia y el bolsillo. La Biblia dice que en esta vida la carrera no la ganan los más veloces, ni ganan la batalla los más valientes. Dice además, que los hombres se ven atrapados por una desgracia que de pronto les sobreviene, pero en asuntos viales, la muerte está al acecho, así como se mantenían otrora los motoristas de la extinta Policía Nacional para atrapar a los que corren como si fueran detrás del viento.
El que corre llega primero al sepulcro, pero también mata a otros por su negligencia, y la Palabra dice: “El que es negligente en su trabajo, confraterniza con el que es destructivo”.
En Guatemala hay leyes para cada actividad, pero no se cumplen. Hay medidas espontáneas en cada tragedia, pero se esfuman en el tiempo y espacio del ajetreo, los muertos se olvidan y los heridos sanan. Y los vehículos van siempre guiados a toda marcha y en travesura, los pilotos siguen corriendo para escapar de la prisión, pero como dice el profeta Nahúm “Desaforados corren los carros por las calles, irrumpen con violencia por las plazas. Son como antorchas de fuego, como relámpagos zigzagueantes”.
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