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Un hogar para los pequeños hermanos

Desde 1996, la Fundación Nuestros Pequeños Hermanos (NPH) trabaja con grupos vulnerables en Guatemala, entre ellos niños y niñas de escasos recursos, quienes reciben acompañamiento y apoyo en áreas, como educación y salud.

Una de sus iniciativas está en el altiplano, a una hora de la capital, en Parramos, Chimaltenango. Se trata de la Casa San Andrés, la cual aloja a 300 pequeños.

La Fundación surgió en 1954, en México, luego de que un niño robara la ofrenda en una iglesia para comprar alimentos. El sacerdote William Wasson, no quiso presentar cargos y pidió la custodia del menor. Una semana después ya habían 30 muchachos bajo su cargo.

“En 2000, el hogar abrió sus puertas a la infancia pobre de Parramos, para ofrecer becas educativas. La casa cuenta con no menos de 150 alumnos externos”, indicó Christopher Hoyt, director de NPH.

De acuerdo con datos de la Fundación, 100 estudiantes de las comunidades de los alrededores se han graduado de la escuela de Nuestros Pequeños Hermanos.

La enseñanza es impartida por profesores debidamente seleccionados, para garantizar que el aprendizaje sea de calidad y que sirva para toda la vida, agregó Hoyt.

Además del establecimiento educativo, los internos cuentan con comodidades, pues tienen a su disposición dormitorios, cocina y comedor común, una biblioteca y un laboratorio de computación.

Adicionalmente, hay oficinas administrativas, alojamiento para el personal y voluntarios, y talleres donde se imparte cursos de panadería, cocina, costura, soldadura, artesanías y carpintería.

Una clínica sirve a la niñez y a los colaboradores de NPH; proporciona asistencia médica a los vecinos. “Acudimos aquí porque no tenemos dinero para ir al hospital”, dijo Marta Sactic, residente en Parramos.

Atención especial

Otro de los proyectos de Nuestros Pequeños Hermanos es el Hogar Castillo Mágico, para niños con necesidades especiales. El recinto está dentro del complejo, y proporciona atención las 24 horas a los 20 pequeños con discapacidades severas y problemas neurológicos.

El acompañamiento a los niños, que se convierten en adolescentes y jóvenes en el centro, es de largo plazo, especialmente en lo relacionado con su formación académica. De esa cuenta han logrado obtener títulos de diversificado y de enseñanza

superior.

El año pasado se recibió un alumno en la universidad, otros 12 se graduaron de bachilleres, 58 sacaron los estudios de secundaria, 25 culminaron la primaria y 12 el kínder. Además, hubo 147 certificaciones vocacionales y actualmente 16 cursan una carrera superior.

NPH se sostiene con el aporte de donadores interesados en transformar la vida de un niño vulnerado y desean realizar un impacto social. 

“Hay muchas formas para ayudar a un menor. Las personas pueden ser padrinos por Q200 mensuales, dar becas educativas o comprar productos fabricados en nuestros talleres vocacionales, como uniformes escolares, productos de carpintería y herrería, pan y café”, dijo Evelyn Gómez, relacionista de la entidad.  

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