La vida es un derecho humano reconocido en la generación de derechos civiles y políticos, de manera que su tutela involucre un componente de ciudadanía.
La Constitución Política de la República establece desde su artículo primero que el fin de su organización, la persona, es el bien más preciado a proteger: la vida, la libertad, la justicia, la seguridad, la paz y el desarrollo integral del ser humano son los deberes que el Estado debe cumplir sobre la base de los principios constitucionales.
Esta forma discursiva que muy bien conocemos, que para muchos puede ser el único conocimiento sobre la Constitución, muchas veces es referida de una manera tan mecanizada o automática que los valores superiores que están contenidos en ella pierden su peso. El debate sobre la vida es un tema que tenemos que empezar a discutir de forma seria y no solamente en torno al aborto o la pena de muerte, que de alguna manera, me atrevo a decir, involucran decisiones políticas periféricas; sino que necesitamos dimensionar el valor de la vida.
Unos días atrás la tónica en los noticieros era el fallecimiento de un menor por falta de atención médica oportuna, un caso que se suma al número de muertes violentas de cada día. En ese contexto, matizado por los casos que nos abstraen de la internalización que hemos hecho de esos tipos de violencia estructural que termina cobrando vidas, la discusión nos lleva a cuestionar ¿qué valor real tiene la vida?, porque pareciera que el contexto y la experiencia histórica nos ha obligado a no pensar en ello, nos hemos enajenado de tal manera que no nos permitimos sentir el dolor de la muerte, más que cuando nos termina alcanzado.
Ayer, una compañera del Este le reclamaba a alguien más el porqué reía cuando, según lo que relataba, personas estaban muriendo en ese mismo momento. Cómo podemos nosotros pretender un debate serio, si de fondo no conocemos realmente el valor de lo que está en discusión. No se puede ceder cuando se trata de la vida, pero desde dónde la estamos valorando y hasta dónde está trascendiendo.
Se trata incluso de un debate filosófico que remonta al Contrato Social y al origen del Estado, que nace del tránsito de la incertidumbre del estado de naturaleza, hacia una forma de organización cuyo acuerdo fundamental es la protección de la vida y la propiedad, donde la primera propiedad es la vida.
Cierro con una reflexión interesante, la vida es un derecho humano reconocido en la generación de derechos civiles y políticos, de manera que su tutela involucre un componente de ciudadanía.
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