La reactivación del debate sobre la pena de muerte requiere que la población experimente una catarsis ante la saña de los victimarios.
El escritor inglés Thomas de Quincey publicó en 1827 el ensayo El asesinato considerado como una de las bellas artes. No es una apología del delito, sino la formulación de la paradójica tesis de la belleza del crimen ejecutado con perfección.
Concebir el asesinato como una cosa bella, al practicarse con arreglo a ciertos cánones estéticos, está muy lejos de la sátira violenta de Quevedo, quien pone en boca del pícaro, sobrino de un verdugo, la estremecedora afirmación: “Cuando mi tío ahorcaba a alguno, lo hacía con un primor que daban ganas de dejarse ahorcar por él”. El asesinato se ha convertido en un espectáculo indigno del humorismo fino y desconcertante, impropio del desenfado y la elegancia literaria. Se ha recreado en las salas de debates como sucesos abyectos, clandestinos y oscuros. En cambio, para seguir a Rafael Cansinos-Assens, la pena de muerte es un arte teatral con montaje de un aparato escénico y el concurso del público.
Ahora que se debate sobre la pena de muerte, ni quienes se oponen a ella pueden alegar inocencia o sustraerse del espectáculo. La contemplación del dolor de las víctimas y la saña de los asesinos nos conduce a lo que Aristóteles concebía como catarsis, una purificación provocada por los sentimientos de piedad y terror, los cuales ocurren al unísono durante la representación de la tragedia. La aplicación de la inyección letal como una dulcificación del fusilamiento es la prueba concreta de que la pena de muerte ha dejado de ser una operación tosca y rudimentaria. Después del debido proceso y agotarse los recursos. No se trata de suprimir a los animales dañinos.
Consiste en una escena que conserva el sentido de la tragedia clásica, participa el público, tiene la premeditación de una obra social, se celebra con la solemnidad de una alta emoción compartida y guarda la finalidad de la purificación colectiva. De Quincey sostiene que el asesinato visto como arte está destinado a causar alivio. No causa alivio a la víctima, ni al victimario. Se refiere a quien analiza los hechos y siente la compasión por el dolor ajeno y el temor por sufrirlo. Esto conduce a cierto alivio. Eso es lo que pedimos quienes estamos a favor de la pena de muerte, sentir cierto alivio ante la impunidad de tantos crímenes. Además de la catarsis, los asesinatos nos presentan la tragicidad de la existencia humana para que el sufrimiento nos lleve a pensar.
Es cierto, la pena de muerte no es un disuasivo para los criminales, quienes desprecian vidas ajenas y propias. Resulta una acción purificadora para la mayoría que abomina el crimen y una oportunidad de reflexionar sobre el valor, el sentido y el respeto por la vida.
Deja un comentario