El silencio es algo más que ausencia de sonido y de palabras.
Hay personas que tienen una capacidad que admiro y envidio: escribir en un lugar muy ruidoso. Sé que cuando alguno de esos escritores ha intentado hacer lo mismo en una casa de campo no ha podido.
El ser humano necesita momentos de silencio para conocerse mejor y ensimismarse; por eso huye del ruido excesivo y continuo que le aleja de sí mismo. Es un problema con difícil solución, ya que vivimos en un mundo muy ruidoso, empezando por el hogar familiar.
En cualquier vivienda suelen estar conectados al mismo tiempo la lavadora, el friegaplatos, la aspiradora, la radio, la cadena musical y la televisión.
Propongo algo realista: declarar una habitación de la casa como zona de silencio (quizá habría que forrar sus paredes de corcho). ¿Y por qué no hacerlo en las salas de espera de las estaciones de tren y de los aeropuertos. No es una exageración: ¿acaso el ruido perjudica la salud menos que el tabaco? La sociedad actual ignora el silencio. Eso tiene consecuencias, tal como las explica M. Sánchez Monge: “No disponer de tiempos de silencio conlleva vivir al día, sin profundidad, sin preguntas o esperanzas verdaderas. Implica poca sensibilidad y falta de asombro ante algo tan maravilloso como el hecho de estar vivo. Una persona que no busca el silencio ignora para qué vive”.
El hombre de hoy desconoce el gran valor del silencio, por lo que no lo busca. Y si alguna vez lo encuentra sin buscarlo no sabe qué hacer con él y se asusta: en el espejo del silencio ve reflejada una imagen de sí mismo que le sorprende y que quizá no le guste. Y en vez de afrontar esa realidad huye para refugiarse en el activismo y en las palabras inútiles.
La comunicación verdadera no se inicia con palabras, sino que nace del silencio y de la escucha, y luego madura del mismo modo: con una actitud perseverante de silencio y escucha. El silencio es algo más que ausencia de sonido y de palabras: es una actitud humilde, respetuosa y paciente. Callando posibilitamos que el otro se exprese y renunciamos a aferrarnos a nuestras ideas y palabras.
Benedicto XVI escribió que el silencio brota de la plenitud que habita en nosotros, que proviene de la plenitud de Dios. Por eso el silencio es imprescindible en la oración. Añadió que la soledad y el silencio son espacios privilegiados para ayudar a las personas a reencontrarse consigo mismas y con la verdad.
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