Hay un tipo de viaje que es generado por la literatura.
Cuando llega el verano y con él la posibilidad de nuevos destinos, nos preguntamos qué tipo de viaje quisiéramos emprender. Existen viajes turísticos en los que todo está perfectamente organizado, pero hay otros que implican inseguridad, desconcierto y, por qué no decirlo, dolor.
Para Campbell, mitólogo y estudioso de los símbolos, el viaje tiene dos momentos: la partida, que implica un retiro de la vida cotidiana, el instante en que el héroe se abre a las zonas en que se ubican las fuentes del poder (energía física, control mental, cuestionamiento vital) y, un segundo, que es la vuelta a casa o el regreso. En medio de estos estados se halla el viaje, el tiempo y espacio donde ocurre el transitar hacia las zonas más ocultas, incompletas y peligrosas del alma humana.
Hay un tipo de viaje que es generado por la literatura, llamado novela de iniciación o relato de aprendizaje. Básicamente, la historia de un adolescente que sale de casa, hacia el mundo indómito y desconocido, para transformarse, finalmente, en un adulto.
Estas, novelas realistas, biográficas y existenciales, han sido consideradas lecturas esenciales por miles de lectores a lo largo de muchas décadas debido a que representan el romanticismo y rebeldía propia de la época adolescente y, sobre todo, porque son parte de la educación sentimental y de la autoformación del hombre. En otras palabras, la muerte simbólica de los padres, permite que el héroe se desmarque de la tradición y crezca como parte de la generación que le toca vivir.
Las lecturas de estas novelas construyen, legítimamente, la visión de sí mismo, la elaboración de la subjetividad y el replanteamiento sobre el contexto cultural del que se es parte. En todas ellas se repite un acto fundacional. El personaje, mediante una decisión libre, abandona el espacio familiar, conformándose un acto consciente de desarraigo y transgresión que irá forjando su identidad. Deja el espacio de seguridad e infancia en busca de su propio orden valórico, haciéndose así parte activa de su propio devenir.
Este camino de aciertos y errores, de ganancias y pérdidas para el personaje, también es una representación de los cambios políticos y económicos que marcaron la historia del siglo XX.
Sin embargo, creo que de una forma o de otra, el héroe siempre vive un regreso. Ya sea como el iluminado que proveerá el conocimiento adquirido a la sociedad o bien como un adulto perdido que nos lega el relato de su travesía. De cualquier forma, el viaje siempre es peligroso. En él hay encuentros y desencuentros con nuestro pasado. Implica una tensión entre lo familiar y desconocido, una total vulnerabilidad. Según Heidegger, experiencia es aquello que nos adviene y nos transforma. Somos pasivos ante ella, la recibimos y nos modifica para siempre. Por esto, en un viaje el peligro es latente, no estamos preparados. Las situaciones límite se presentan y, como la espada de Damocles, ponen en entredicho nuestras creencias y nuestra moral, perfilándonos a lo que realmente siempre hemos sido.
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