Hay que hacer a un lado la prepotencia para que no contamine el espacio de actuación.
La soberbia es una discapacidad que suele afectar a pobres infelices mortales, que se encuentran de golpe con una miserable cuota de poder” José de San Martín. Indudablemente, un pensamiento además de certero, oportuno para todas aquellas personas que aspiran a ocupar la dirección de algún puesto en la administración pública o privada.
No se trata, idealmente, de llegar a posesionarse en un lugar sino de saber mantenerse, predicando con el ejemplo y administrando con precisión los asuntos inherentes al área laboral, con prioridad en los servicios que brinden una atención de calidad, alejado de influencias tanto internas como externas que rayen en la mala intención de perjudicar a la entidad representada.
Ello, con el propósito de dejar un legado de sencillez, probidad, humanidad y profesionalidad en toda aquella labor que haya sido encomendada para coadyuvar al buen desarrollo de la institucionalidad. En nuestro país, el ser nombrado en algún puesto rimbombante de alguna entidad sea ésta estatal o privada en la cual haya cuota de poder, definitivamente, a muchos funcionarios marea, descontrola, ataranta y, muchas veces, produce endiosamiento que más temprano que tarde causa la inevitable y estrepitosa caída.
En tal sentido, la acertada frase de San Martín, debería ser reescrita una y otra vez… Por ello, es necesario que haya servidores públicos que presten sus servicios con conocimiento y apego a las leyes y normas no solo institucionales sino del Estado, quienes sean promotores de los valores y principios en el ámbito de trabajo.
El perfil de un buen funcionario y su administración se basa en conocer lo suficiente no solo de sí mismo sino también del área o rol que desempeñará, además de darse la oportunidad de conocer el recurso humano con el que cuenta para echar a andar el engranaje laboral. Asimismo, es indispensable disponer de una dosis de ética, acompañada de principios y valores que marquen el accionar derivado del desenvolvimiento dentro y fuera del organismo o dependencia.
¿Cuándo entenderemos que la humildad y el verdadero espíritu de servicio son la piedra angular que controla los vértigos y los sobresaltos que causan los altos cargos en la administración? ¿Será que los funcionarios que llegan a las principales oficinas de alguna institución sea esta del Estado o de la iniciativa privada no piensan que todo puesto es transitorio? Toda vez que de sus actos y su toma de decisiones depende pasar al imaginario como buena o triste gestión.
Dime de qué presumes y te diré de qué careces, dice el aforismo. En consecuencia, hay que apartar la prepotencia para que no contamine el espacio de actuación, pues es una mala consejera en el transitar laboral, no digamos en la proyección personal. El buen gobierno demanda compromisos del Estado y de los ciudadanos, pues ambos van enfocados a solucionar las principales necesidades de la población, bajo la premisa de la transparencia, la revalorización de la función pública y las condiciones laborales dignas. No es cosa del “otro mundo”. Es de principios y punto.
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