El rostro de esta polisemia será el arte, capaz de mostrarnos como en un caleidoscopio, un conjunto diverso, cambiante y multívoco.
Hay en Guatemala una pluralidad rica en signos y significados que es capaz de fascinar a los visitantes, sean turistas, académicos, artistas o negociantes. Sus profundas raíces culturales e históricas se enredan en la profundidad del Xibalbá del pueblo maya y en el alma del mundo cristiano, que se entremezcló con él en el período colonial.
El convulso siglo XIX, con sus procesos de enfrentamiento entre grupos conservadores y liberales, le terminó de aportar a la trama y urdimbre de su tejido los colores y texturas con que llega hasta el siglo XXI.
Como en un telar de cintura -herencia maya de la misma representación de la diosa Ixchel-, o en uno de pie -introducido por los españoles en el siglo XVI, matizado por el mito de la tejedora grecorromana Aracne-, los guatemaltecos forman diariamente un textil polisémico que para muchos foráneos se convierte en una obra de arte para admirar, llena de belleza y oportunidades, pero que para los nacionales muchas veces se transforma en una barrera de entendimiento y de exclusión. La idea de la existencia “del otro” es una prueba no superada en una sociedad compleja y dispersa que se resiste a ver más allá de lo aparente, a leer entre líneas la riqueza cultural que hace diversa esta sociedad.
Polisemia es un diminuto esfuerzo por deshilar el tejido cultural para contribuir en algo a ver su conformación, a leer, a ejemplo de Luís Cardoza y Aragón, las Líneas de su Mano con el único objetivo de valorar lo que se teje a espaldas de la gran urbe, entendida esta no solo como un espacio físico, sino como la oficialidad de la expresión de la cultura guatemalteca, que hace invisible, oculta o desprecia la manifestación del que no comparte la misma forma de abordar el mundo, sea religiosa, artística, política, social o geográficamente.
El rostro de esta polisemia será el arte, capaz de mostrarnos como en un caleidoscopio un conjunto diverso, cambiante y multívoco que el tiempo ha forjado a lo largo y ancho del país, un lugar capaz de dejar traspuesto hasta el más avezado de los humanistas, como Paul Valery relataba a Francis de Miomandre en la carta que sirve de prólogo a las Leyendas de Guatemala del inmortal Miguel Ángel Asturias, retrato del intrincado diseño de este gigantesco textil.
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