Las montañas boscosas de Centroamérica están habitadas por miles de especies silvestres, especialmente en las áreas protegidas por las instituciones estatales y en algunas zonas privadas, resguardadas por ecologistas y científicos que estudian la vida de los animales y ayudan a su conservación.
Uno de esos casos se da en Costa Rica, donde un grupo de investigadores se ha dado a la tarea de estudiar la lapa roja, conocida también como Guacamaya. En Guacalillo, Garabito de Puntarenas, el científico Christopher Vaughan lleva 25 años subiendo y bajando de árboles, para observar los pichones y seguir su crecimiento hasta que abandonan su morada y se trasladan con sus padres al manglar de esa localidad.
Tecnología
Para la presente temporada de anidación, de octubre a abril, Vaughan y su equipo hicieron algo distinto: colocar cámaras en los refugios. Escogieron un ceibo y un guayabón, árboles que son utilizados para anidar y proveen de alimento a las aves.
En estos se instalaron tres aparatos que pueden monitorearse mediante el Internet. En la observación participan los empleados de un hotel. Si funciona, su alcance será ampliado a otros investigadores, estudiantes y vecinos.
“Es bueno que la gente vea lo que se está haciendo. Algunas personas no conocen las lapas, no saben cómo anidan ni qué comen”, indicó Wilberth Vargas, quien antes robaba pichones y ahora se dedica a protegerlos y conservarlos.
Mediante las cámaras, los investigadores pueden observar la competencia entre las lapas, tucanes y martillas, por un nido. También ven el proceso de incubación que ocurre entre diciembre y febrero, el nacimiento de la cría y cómo se alimenta, entre otras fases de su ciclo de vida.
Aunque es un proyecto piloto sujeto a depuración, los datos se están recopilando y serán analizados. Sin embargo, Vaughan es reservado en cuanto a los resultados que se podrían derivar de la iniciativa, porque aún se afinan detalles para tener certeza científica.
Costa Rica posee dos poblaciones de lapa roja: una en el Pacífico central y otra en la península de Osa. En 1994, se advirtió que la primera estaba bajando debido a la destrucción del hábitat y al saqueo. “Eso puso a esa ave en peligro de extinción”, señaló Vaughan.
En su juventud, Vargas se dedicaba a agarrar pichones para venderlos como mascotas. “Casi no había trabajo y, entonces, uno comerciaba los pájaros para sobrevivir. Con la entrada de los hoteles empezó a haber empleo y ya no fue necesario seguir cometiendo esa atrocidad”, contó.
Turismo
Según Vaughan, parte de la estrategia fue emplear a los vecinos en actividades turísticas para ofrecerles otra ocupación mejor remunerada. “Hotel Punta Leona contrató a exlaperos”, mencionó el científico de la Universidad Nacional.
También se promovió la educación ambiental y se hicieron esfuerzos de conservación, como cuido de nidos naturales y reforestación con especies arbóreas adecuadas para estos alados. “Entre 1990 y 1995, la población iba bajando, pero a partir del segundo año empezó a subir. Todavía tengo que revisar los datos, pero sospecho que subió a 400 lapas”, manifestó Vaughan.
* Con información de La Nación de Costa Rica.
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