Echamos a perder lo hermoso de nuestra existencia cuando desperdiciamos cada nueva oportunidad.
Han transcurrido cinco días de enero, el nuevo año, el año de los propósitos como siempre se hacen días antes o después, dependiendo del ánimo y las previsiones que se tengan para hacer cambios, dar un giro en la vida rutinaria personal. Pero sí es necesario reflexionar sobre qué queremos hacer para mejorar las condiciones de vida de la familia, de los hijos, porque es nuestra responsabilidad tener planes de bien para ellos, así como Dios los tiene para nosotros. No queremos ni debemos persistir que nuestros hijos desperdicien su vida en el laberinto del ocio, de la vagancia que llevan a las drogas, de la destrucción personal, espiritual y de la vida.
En el libro “Cómo desperdiciar tu vida al máximo”, en la introducción escribo que todos queremos vivir por mucho tiempo, pero desaprovechamos el hoy. Lamentablemente, echamos a perder lo hermoso de nuestra existencia cuando dejamos ir continuamente cada oportunidad que tenemos al amanecer cada día, rumiando nuestras amarguras, pérdidas, ofensas, frustraciones y fracasos. Hacemos grandes planes para mañana, pero no ponemos decisión ni determinación. Cada sueño tiene una fecha de vigencia y de culminación, pero cuando no se cumple quedamos en la desventaja porque nos invade la tristeza o la desesperación y nos corroe la envidia al ver a otros mejorar, pues cumplieron sus metas, le pusieron ganas como se dice en buen chapín, mientras nosotros nos quedamos en el dulce sueño del ayer y del “si lo hubiera hecho”.
En otro párrafo escribo “debemos aprovechar al máximo la vida para gozar de ella con tal gusto y buena voluntad, que podamos extraer el néctar que las buenas relaciones interpersonales nos proveen, y disfrutar lo más posible el momento precioso que se nos concede con tanta gente que nos aprecia y a quienes deberíamos amar intensamente y con agradecimiento, por adornar con su compañía nuestra existencia”. El apóstol Pablo nos dice: “No pienso que yo mismo lo haya logrado ya. Más bien, una cosa hago: olvidando lo que queda atrás y esforzándome por alcanzar lo que está delante, sigo avanzando hacia la meta para ganar el premio que Dios ofrece mediante su llamamiento celestial en Cristo Jesús”.
Una forma de desperdiciar su vida es quedarse en planes irrealizables o no poniendo acción y esto sí es una manera de perder el tiempo.
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