No solo ha sido la lucha contra la corrupción lo que los tiene molestos. También los enoja ya no tener privilegios y que se evidencie la impunidad en la que deambulaban. No digamos que se les arrebaten, de manera legal y justa, los monopolios que malévolamente habían creado en el Estado, para asegurarse riquezas desmesuradas y la compra de voluntades.
Proveer medicinas al Estado era uno de sus principales negocios. Eran procesos corruptos perfectamente definidos, que nadie fiscalizaba. Al que todos preferían ignorar, para no enfrentarse a la ira del monstruo y compañía. Contra ellos no había contralor ni Ministerio Público ni tribunales de justicia que valieran. Tampoco vergüenza.
Pero esto se acabó. Terminó. A esos desalmados se les agotó esta mina de oro. Ese cártel infame e indolente, que anteponía el dinero a la salud de los compatriotas recibió un fuerte golpe. Un impacto para el que no cuentan con recetas ni medicinas. Hoy, si quieren mantenerse en el mercado, deberán competir, pero sin conexiones en los despachos de compras. El monopolio que les financió gobiernos y campañas concluyó.
Esas son las grandes noticias confirmadas ayer. Sí, la oficialización de las primeras entregas de la compra de medicinas, insumos y equipos realizados por medio de la Oficina de Naciones Unidas de Servicios para Proyectos (Unops) es mucho más que la mejora del servicio médico.
Es garantizar el acceso universal a fármacos. Asegurar que el Estado pueda dotar a los pacientes de los tratamientos adecuados y en tiempo para curarse. Es un gesto de buena voluntad. Otra muestra de que el dinero alcanza cuando se administra de manera decente. Cuando se piensa en los ciudadanos, en especial, en aquellos que viven lejos de las urbes.
Sin embargo, más allá de todo lo anterior, que ya de por sí significa un fuerte avance en la construcción del país que queremos, que merecemos, lo informado por el ministro de Salud, Joaquín Barnoya, es el comienzo del fin de hospitales y centros de asistencia desabastecidos. Limitados en recursos y tecnología. En dos platos, es el triunfo del bien sobre el mal. Un leñazo a los mafiosos. Del poder de la decencia frente al saqueo despiadado e histórico.
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