La fuerza pública no ejecutará órdenes ilegales. Esa es la disposición presidencial con la que se busca poner fin a las persecuciones políticas. Espurias, que han sido emprendidas en los últimos años. Casos que se acrecentaron de enero de 2024 a la fecha.
La instrucción tiene su sustento legal en el Artículo 156 constitucional, relativa a la no obligatoriedad de acatar instrucciones espurias, ilegales, antojadizas. La advertencia incluye a funcionarios o empleados públicos, civiles o militares. Avisa que hacerlo equivale a cometer delito.
Aunque el tema no debería prestarse a falsas interpretaciones, lo cierto es que el mensaje ha sido poco comprendido, tal vez por el pasado dictatorial de Guatemala, cuando la fuerza venció a la inteligencia.
Sin embargo, bastaría hablar con quienes han sido perseguidos. Con quienes guardan prisión por defender su derecho a opinar o con aquellos que debieron salir del país para resguardar su integridad física y mental. Ellos, más que nadie, dimensionan la orden del mandatario Bernardo Arévalo.
También, sería bueno escuchar a quienes temen ser parte de estas persecuciones. A los colegas periodistas que hoy se autocensuran con tal de conservar la libertad de caminar. Con los que prefieren ver limitado su derecho a informar, para no tener problemas. O evitárselos a sus padres, cónyuges, hijos o hermanos.
Este pueblo no puede avanzar cuando el Estado o sus instituciones irrespetan sus garantías. Es imposible crecer si se nos cercena el pensamiento y la libertad de expresión. Decía Robert De Niro, en uno de sus discursos más recordados, que no hay peor daño que un espíritu amputado. No hay prótesis que valga, resumía.
Guatemala enfrenta un momento crítico, provocado por un grupo de corruptos que ha visto que se les acabó el negocio. Que se vacían las caletas. Que no tendrán cómo financiar las próximas campañas electorales y que tampoco seguirán teniendo influencias para designar a sus cómplices en el sistema de justicia.
Está visto que ellos, los criminales, se están jugando su futuro. Se olvidan que los buenos, que somos mayoría, ya no queremos vivir en el pasado. Parafraseando a De Niro, saben que lo peor que les puede pasar es que les amputen la conciencia. Su libertad. La oportunidad de crecer. De vivir.
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