Cortesía: Guillermo Montesanto
Los bocetos son, por lo general, una idea primigenia. Un esbozo de lo que se va a proponer a otra escala y, generalmente, en otro soporte.
Suelen ser un ejercicio espontáneo sobre el que puede haber tachones, correcciones visibles o, en algunos casos, ideas.
El bosquejo puede o no tener colores e incluir paletas de tonalidades, anotaciones y otros datos relativos a las inquietudes de su autor.
Los trabajos de esta naturaleza poseen un encanto particular en el gusto de algunos coleccionistas. Esto porque son capaces de percibir el diálogo expedito entre el autor, el papel o la arcilla u otros materiales. Esa soltura en la que no se busca la perfección si no la expresividad conceptual como tal.
Si el observador tiene buen ojo, inclusive, puede ser percibida como una obra maestra por la presencia del hálito de su autor.
Es curioso, muchos artistas no aprecian sus propios bocetos como obras de arte. Los perciben como un medio de referencia entre la idea inicial y el producto final.
De allí que queden olvidados en algún cajón o sean destruidos luego de su vida útil.
Son el certificado de su talento.
Otros artistas, sin embargo, los firman y los archivan al tener plena conciencia de que son parte vital del proceso.
De este modo he sido testigo de las exposiciones de bocetos de Carlos Mérida, Dagoberto Vásquez, Roberto González Goyri, Antonio Tejeda Fonseca, Elmar René Rojas y Regina Prado de Batres, solo para mencionar algunos nombres.
Esta última, por ejemplo, exhibió hace algunos años sus apuntes y nos sorprendió que, antes de ejecutar una pintura de caballete, realizaba cuatro bocetos evolutivos. En ellos cuidaba la composición, el dibujo proporcional y otros elementos formales.
Los esbozos que conozco de Elmar Rojas, realizados en crayón pastel, son verdaderas joyas ya que el artista fue un colorista nato.
Su impronta, en las guías propuestas por él, debe considerarse como obra conclusa. Toda la armonía de la que era capaz quedó en estos ejemplos de pequeño formato expuestos en los albores del siglo XX.
De los bocetos de Tejeda Fonseca, González Goyri y Vásquez Castañeda se puede agregar que cada uno, con su límpido estilo, consiguió el manejo de la figura.
Los tres aportaron delicadeza, síntesis y dibujo lineal a mano alzada. Sus procesos formales son evidentes y el conocimiento de la herramienta académica.
Ilustro esta columna con uno de los tres estudios para autorretrato de Alejandro Urrutia. Trabajos que terminaron, por distintas vías, en una misma pinacoteca.
En esta secuencia Urrutia se enfocó primero en el dibujo, después, en los otros, en los juegos de luz que le ofrecía lo níveo del papel y los contrastes de marrones anaranjados.
Los bocetos, entonces, son el ADN de cada artista. Atrapan la personalidad de este y al mismo tiempo demuestran su capacidad técnica.
Y si puede usarse todavía este calificativo, son el certificado de su talento.