Frank Gálvez
Locutor y Periodista
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Con el Miércoles de Ceniza comenzamos el tiempo providencial en el que la Iglesia hace un alto en el camino para revisar, reflexionar, corregir y enderezar. Es la ocasión perfecta para la revisión de una Iglesia que debe reconocerse también como pecadora, y el momento oportuno para que la comunidad cristiana de nuestra nación caiga en cuenta de que no debe cejar nunca en el esfuerzo de la expiación común que debemos realizar todos.
Los seres humanos, con sus complejidades y contradicciones, a menudo se hallan atrapados en el torbellino de la vida moderna. Sin embargo, la Cuaresma es un rayo de esperanza que llama a las personas a confrontar su ser más íntimo para embarcarse en un viaje de autodescubrimiento. Ella proclama la misericordia de Dios, que nunca se agota en la promesa del perdón, marcada por actos destinados a purificar el alma y a profundizar su relación con lo divino.
A medida que avanza, un cambio notable comienza a arraigarse en el corazón humano. Los muros erigidos por el orgullo y el ego se derrumban ante la humildad. Los rencores y los resentimientos dan paso al perdón. Los antojos materialistas se desvanecen y son destronados por un hambre de realización espiritual.
No hay derrota en la cruz. Allí solo se halla el triunfo“ (Paul David Tripp).
Las primeras semanas de estos cuarenta días cifran estos frutos de conversión gracias a las prácticas de la oración, el ayuno, la caridad; pero a la vez nos hacen caer en cuenta de que no son las obras exteriores lo que agrada al Señor, sino la conversión interior. Metamorfosis que más que en ayunos y abstinencias, ha de manifestarse en la armonía de nuestras actitudes fundadas en el espíritu del Evangelio.
En los momentos tranquilos de oración y contemplación, encontramos alivio en el abrazo de la Gracia Divina. Es el instante de rendirse ante un poder superior, confiar en el proceso de evolución y emerger más fuertes y resilientes que antes.
Un viaje para redescubrir nuestro propósito, reavivar pasiones perdidas y darse cuenta de valores que durante mucho tiempo han sido eclipsados por el clamor del mundo, donde no podremos vivir legítimamente esta penitencia si no se hace además una revisión de la situación concreta en la que vive nuestra sociedad.
Al final la Cuaresma es un testimonio del espíritu indomable del ser humano: un vademécum de que no importa cuán lejos uno pueda desviarse, la redención siempre está a nuestro alcance. Época de esperanza, segundas oportunidades y la creencia perpetua de que dentro de cada corazón reside la capacidad de transformación y renovación.
