La falta de apoyo familiar, la pobreza y un contexto social hostil y violento son factores de riesgo que llevan a muchos adolescentes a unirse a pandillas y a cometer actos delictivos; sin embargo, con atención y terapias adecuadas, su historia puede cambiar de la adversidad a la esperanza.
“Este camino se reduce a tres opciones: cárcel, muerte u hospital”, dice Juan López (nombre ficticio), un joven de 20 años, quien comparte su experiencia acerca de su paso por una agrupación
delictiva y, luego, su encierro.
López recuerda sus dos años en conflicto con la ley como una vivencia compleja y dolorosa, que no le desea ni a su peor enemigo. Aunado a una adolescencia sumida en las drogas, alcohol y malos hábitos, sin encontrar límites ni valores que lo detuvieran.
Ahora anhela salir adelante, ayudar a su familia y retomar sus sueños; especialmente, convertirse en jugador profesional, una meta que ha acariciado desde niño.
“Llevo tres meses en libertad y, aunque me siento extraño al estar alejado de la rutina diaria, estoy decidido a no dejar que el miedo me paralice”, afirmó.
Errores que se pagan De igual manera, Claudia Méndez (nombre ficticio), de 22 años, también pasó cuatro años en proceso de reinserción después de cometer un delito durante su adolescencia. “Crecí con mi madre en una relación conflictiva y mi primer error lo registré a los 14 años, al unirme en una relación de pareja que no funcionó. Entre los 16 y 17, otro fallo me llevó a cometer un delito”, detalló.
Agregó que, a pesar de que su estancia en el centro juvenil de privación de libertad fue un proceso difícil, de dolor y llanto, tuvo el apoyo que su vida necesitaba en ese momento. Allí concluyó el bachillerato, obtuvo cursos de belleza, cocina y asistencia psicológica.
Ya de vuelta en la sociedad, desde hace un año, ha experimentado altibajos. Tuvo que empezar a vivir sola, trabajar para sobrevivir, pero encontró otra pasión: estudiar Ciencias Jurídicas y Sociales para apoyar a más jóvenes como ella. Sin embargo, debió abandonar temporalmente esa carrera mientras ahorra dinero para sostener su formación.
“Estoy en la etapa final de mi reintegración, recibo apoyo de programas de capacitación. He dejado atrás mi pasado oscuro y me enfrento a un nuevo desafío: un curso de electricidad, como un reto a los estereotipos de género”, enfatizó.
Así como Juan y Claudia, un promedio de 1 mil adolescentes, entre 13 y 15 años, reciben apoyo institucional cada año para regresar a una vida social cotidiana a través de diversos programas que implementa la Secretaría de Bienestar Social de la Presidencia (SBS).
Nuevo modelo
Las acciones van acorde al modelo de Gestión Juvenil, financiado por la Agencia Internacional para Asuntos Antinarcóticos y Aplicación de la Ley (INL), de la Embajada de Estados Unidos.
Este se orienta a la reinserción de los jóvenes, a quienes se les dota de herramientas para facilitar su integración.