Guillermo Monsanto
[email protected]
Foto: Archivo
Parece que la tendencia contemporánea del cine y Broadway es la de revivir las carreras de íconos de la cultura pop.
Entre las más notorias destacan Rapsodia Bohemia, con el cuestionable Oscar a Rami Malek, cuyo premiado logro fue copiar al dedillo a Freddie Mercury; Rocketman, interpretado magistralmente por Taron Egerton, quien propuso un perfil brillante de Elton John a partir de referentes; La Casa Gucci, con un elenco encabezado por Lady Gaga, Adam Driver, Jared Leto y Al Pacino; la inesperada Yesterday; y los shows teatralizados de Tina Turner y Donna Summer, solo para mencionar algunas de las propuestas más agradecidas por el público.
En esta línea, todo parece indicar que el director Baz Luhrmann volvió a crear otra obra maestra. En este caso, una película sobre Elvis Presley cuyos roles principales recaen sobre los hombros de Austin Butler (Elvis) y Tom Hanks (su ambicioso gestor).
Como sucede en otras películas de Luhrmann, la manera de proponer la trama, los momentos álgidos y la forma en la que dosifica las relaciones del cantante con diversidad de íconos y situaciones contemporáneas a él, es como transitar en un vagón en una vertiginosa montaña rusa.
Aunque es inevitable que Austin Butler replique movimientos del rey del rock and roll, es en su trabajo actoral que humaniza la gran figura de Elvis. Es así como vemos un abanico de emociones que crean una merecida empatía con su personaje. La escena de la muerte de su mamá, especialmente, cobra relevancia por la intensidad dramática y la vulnerabilidad alcanzada.
También, el hecho de que el artista cante buena parte de las piezas incluidas en la película y que, al final se mezcle su voz con la de Presley, suma muchos puntos a su interpretación.
Tom Hanks desarrolla el papel más odioso de toda su carrera. Lo ejecuta de tal modo que no hay un solo momento en el que uno no lo deteste. Su Tom Parker es quien lleva la narración y con ella el retrato del cantautor.
Desde esa perspectiva dirige la percepción psicológica de Elvis y subraya narrativamente la manipulación que dominó la carrera del astro. Hanks es un primer actor y eso lo deja claro con su propuesta.
Puedo asegurar que las dos horas y treinta y nueve minutos que dura la película es un tiempo bien invertido. La narrativa deja claras las bases desde donde emergió la propuesta de Elvis y esas relaciones con otros protagonistas que estaban segregados, pero que fueron su inspiración. La capacidad de odio del senador Jim Eastland, autoproclamado adalid de la decencia, y los obstáculos que Elvis tuvo que enfrentar.
La trasgresión de Presley en el vestir, el modo de llevar el pelo, el actuar y el cómo irrumpió en lo cotidiano a través de su voz, cambió el rumbo de la música para entronizarse en el imaginario colectivo como el enorme ícono que llegó a ser. Si la puede ver en el cine, no se la pierda. Si no, ya está por entrar a las plataformas digitales.