Guillermo Monsanto
A estas alturas, pensar en organizar una muestra seria, sin un curador de cabecera, es algo impensable. El papel que este juega en una retrospectiva antológica, para poner un ejemplo muy puntual, requiere de una investigación fundamentada documentalmente y no solo construida con la memoria o historias de oídas.
El profesional suele tener una educación impecable, un ojo de águila, un buen sentido de la equidad y una perspicacia monumental. La primera le sirve para conjugar con justicia, totalmente cimentada, las referencias con las que construirá su guion museográfico. Muchas veces es necesario ir más allá de lo que dicen las plataformas y llegar al material escrito para poder matizarlo.
Si va a escribir el catálogo que llegará al público es indispensable que indique de dónde tomó sus ideas con citas bibliográficas. Conviene recordar que lo que queda en el papel es un testimonio y, más tarde o más temprano, le pasará la factura. Este tipo de superficialidad académica es una constante en documentos que llegan a las manos del aficionado al arte que, por lo general, suelen quedar ideas mal formadas.
Al que le venga el guante…
Esto último lo digo porque recientemente se han publicado, en pasta dura, algunos textos inspirados en leyendas urbanas. O sea, nutridos con fuentes apócrifas que muchos lectores jóvenes creen y repiten perpetuando una debilidad de origen intelectual. Carentes de análisis de contenidos, estos curadores, asientan verdades fácilmente desmontables pero el daño ya está hecho.
El buen ojo les otorga la habilidad de crear diálogos entre las obras. Y no hablo de esos encuentros confeccionados desde las nebulosas del opio y que hacen imposible, sin una abultada cartela, una explicación todavía más fumada. Entre más palabras acompañen las cédulas de los trabajos, más debilidades posee la obra promocionada ya que es incapaz de conectar y sostenerse fuera de su ámbito protegido.
Por supuesto, que si el curador pondera a sus familiares y amigos sobre el resto de participantes carece de la equidad conceptual indispensable para el ejercicio ético. Eliminar a los mejores en beneficio de la cofradía tertuliana es una actividad un tanto común en nuestra sociedad.
Recuerdo que en 1996, cuando publiqué mi primer artículo de opinión, recibí la llamada de uno de los directivos del rotativo para decirme que si escribía tres más con esa calidad quedaba contratado. Laboré allí por 17 años. Aquella fue, precisamente, una crítica a una muestra que sobresalía por sus debilidades estructurales.
Finalmente, la perspicacia es relativa y sinónima de una agudeza muy desarrollada, el entendimiento general de un tema específico, lucidez absoluta de conceptos y un raciocinio alimentado por el conocimiento profundo del tema. Su antónimo solo tiene dos acepciones: torpeza y estupidez. Estamos viviendo un tiempo en el que la educación por el arte puede ser un buen puntal para el desarrollo de Guatemala.