Guillermo Monsanto
Foto: Cortesía Guillermo Monsanto
En Madrid se inauguró oficialmente el 25 de julio, aunque ya llevaba un par de meses abierto al público, el Museo de las Colecciones Reales. Producto, esta iniciativa, de una positiva voluntad dirigida al rescate, conservación, gestión y proyección del patrimonio de los españoles y, por qué no pensarlo así, de la humanidad.
El edificio, monumental desde donde se le aprecie, fue destinado para albergar con todo el respeto que merece tamaña muestra. Las fortalezas visuales del recinto superan para la arquitectura cualquier expectativa y ponen en relieve políticas destinadas para beneficio de la comunidad.
A diferencia de lo que se puede percibir en museos como El Prado, que impacta por lo que contiene dentro y fuera de sus muros, entre otros tantos templos de la cultura del circuito español, el de los Tesoros Reales consigue un acercamiento diferente. Y esto es, familiarizar al visitante con los protagonistas y los objetos que convivieron con ellos. Como señaló el rey Felipe VI en el acto de apertura, estos “cobran su sentido en el contexto en que fueron producidos”.
Colecciones reales que deslumbran.
La reina Isabel I de Castilla recibe la visita poniendo en relieve su poder e importancia política. En esa primera sala y las correspondientes a Juana de Castilla, Carlos I de España (V de Europa) y los Felipes que le precedieron, manifiestan un diálogo que realza sus gustos, intereses y sensibilidades. En el recorrido se convierten en asequibles y con ellos se puede conocer a los consortes, herederos y sus gustos.
También puede apreciarse cómo en la consolidación de la corona española después de la reconquista de Granada, las relaciones políticas con otras casas reales del Viejo Continente y la conquista de América, cambia el gusto de las cortes. El boato, a partir de Felipe II, es innegable y se refleja tanto en las bellas artes como en las joyas y los objetos utilitarios.
El museo es una maravilla. El hilo conductor, producto de un guion museográfico impecable, transporta por un universo particular. A la par, los protagonistas mantuvieron una dinámica que dio trabajo a artistas de alto nivel y a artesanos de todas las expresiones. Modos de pensar y actuar van de la mano con la
espiritualidad de los reales protagonistas.
Interesante fue percibir el malestar histórico que provoca el hermano de Napoleón, José I, y el cómo se registra su patético paso por la Península Ibérica. El espíritu del español por defender su soberanía, que queda tan claro en otros museos como el de la ciudad de Madrid y, por supuesto, la infinidad de obras de carácter histórico distribuidas en diferentes edificios, son una constante apreciable.
Este es un museo que vale la pena visitar. Más si se toma en cuenta la relación histórica que España ha mantenido con América desde 1492. Sus contenidos dan para todos los gustos.