Guillermo Monsanto
Entre 1988, y durante la década del noventa, hizo su aparición en la escena plástica un extraordinario contingente de artistas.
Entre los primeros se listan Mariadolores Castellanos, Max Eduardo Leiva, Mónica Serra, Alejandro Noriega, Jorge Mazariegos Maldonado, Guillermo Maldonado, Mónica Torrebiarte, Lezzueck Asturias, Darío Escobar, Aníbal López, José Gregorio Leiva o Francisco Auyón, entre otros muchos (estos tres últimos, muertos prematuramente).
Aquel conglomerado, incluidos los no listados, brilla en el presente por sus aportes a la cultura visual contemporánea. Muchos de ellos, con obra pública y privada, a la que se suman diferentes reconocimientos nacionales e internacionales. Pero, ¿quién fue Auyón y qué hizo para convertirse en la leyenda que fue?
Cuando se graduó de la Escuela Nacional de Artes Plásticas, en 1988, encontró poco después, en 1990, trabajo en el taller de Elmar René Rojas. Allí laboró haciendo tareas como preparar lienzos, montarlos en bastidores y aprender, de la mano de Rojas, la aplicación de las primeras bases de sustentación del pigmento. También, según los registros, aprendió el sistema de lijados, aplicación del color y raspados característico en la obra del maestro.
Homenaje al gran artista que fue.
En 1991 formaría parte del Grupo Itzul que le llevaría, después de reflexionar, a rebelarse contra el colorido y caminar con seguridad hacia su propio estilo y a la introducción de lenguajes más contemporáneos.
De nuevo retoma el dibujo, con el que había alcanzado buenas críticas en su época de estudiante y lo hace la base de su nueva producción. Así van surgiendo sus tenebrosos personajes ambientados en borrosas atmósferas creadas por afortunadas manchas y ceñudos grafismos. Cuadros que de alguna manera resultaron ser una radiografía de su estado de ánimo. El papel de algodón lo estruja, lo violenta y lo interviene.
No hay creaciones de ese lapso que no sean inquietantes. Álvaro de la Rocha escribió en 1998 que “su obra ofrece lo sideral del momento con lo mítico de la incertidumbre y lo sagrado de la angustia que se mezclan en frases de perpetuas tonalidades”. Ese mismo año, el artista apuntó que creía “en la necesidad expresiva que se proyecta sin dirección exacta y en la postura de lo paradójico, en lo implícito.
Es en esos años, y la visibilidad que le dieron sus logros en la Bienal de Arte Paiz y otros certámenes, que el artista entra al mundo de los curadores. Y con ellos, a propuestas muy ambiciosas. Lo conceptual toma protagonismo en montajes como El que esté libre de culpa que tire la primera piedra (1999), Rogatorio (1998), Autocuestión (sic-1997), entre otros proyectos.
Al final de su trayecto se enfocó en una serie iconográfica relativa a las Penitencias, Ruegos, Suplicas, etcétera. Obra que, lamentablemente, está siendo falsificada a nivel maquila y que ya no guarda los valores plásticos tan típicos en Auyón. Va este pequeño homenaje al gran artista que fue.