Hubo juegos entrañables que se practicaban en las calles de la ciudad hace algunas décadas, pero por el avance de la tecnología o la violencia social se han perdido
Ilustraciones: Sergio Espada
Si alguno escucha: ¡Chiviri cuarta por mí y todos mis amigos! O ¡Electric!, puede ser que algunos recuerdos vengan a su mente. Sin embargo, podría ocurrir que los jóvenes crean que son expresiones de moda. Lo cierto es que los vocablos forman parte de juegos que se practicaban en calles de barrios, colonias y colegios o escuelas hace algunos años.
El yax, el salto de cuerda, cincos o canicas, trompo, yoyo, arrancacebollas, matado y muchos más son parte de las distracciones que se han perdido por varios motivos.
Así lo explica el antropólogo social Mauricio Chaulón: “El avance de la globalización con relación a un sistema de capitalista, que cada vez es mucho más fuerte e invasivo dentro de nuestros espacios, es más exigente.
A su juicio, la recreación es muy importante a nivel social, pero vamos a encontrar menos espacios, debido a las mismas condiciones socioeconómicas, sobre todo en un país como Guatemala.
Para Chaulón hace unos 30 o 40 años se podía jugar en la calle, no había problema, por ejemplo, de extorsiones, el tráfico vehicular de ahora a cualquier hora del día genera embotellamiento y las calles ahora son utilizadas por automóviles y motoristas para buscar atajos, una situación de crecimiento demográfico y urbano sin planificación. Todo eso ha generado, en países como los nuestros, muchos problemas. Entonces, el uso de los espacios públicos se ha limitando, ya no se ve a los niños, niñas y jóvenes jugando en la calle la liga, tenta o trompo”, explica.
Chaulón argumenta: “La otra situación es que ya no tenemos tiempo. Antes, por ejemplo, las jornadas educativas eran mañana y tarde, había un tiempo para ir almorzar a sus casas. Los niños, niñas y jóvenes podían utilizar el transporte urbano o irse a pie a su casa y luego regresaban a la escuela o colegio. Ahora la inseguridad criminal ya no permite eso; hace que los niños tengan que ir en bus escolar desde muy temprano; están en el colegio, escuela o instituto prácticamente todo el día, regresan a veces ya tarde, y los papás o sus encargados no tienen el tiempo tampoco, porque las condiciones económicas exigen que las personas tengan que trabajar más, entonces ya no hay, ni espacio físico, ni espacio de tiempo”.
Debido a estas condiciones el antropólogo razona que es más fácil recurrir a la tecnología (televisión, streaming, celular, tablet o computadoras), y que los espacios físicos como parques van disminuyendo. “Si a eso le sumamos que también el mismo sistema va como invadiendo la mentalidad a través de la tecnología, por ejemplo, las redes sociales digitales que es lo que más acapara la atención, todo se va volviendo mucho más tecnológico y todos estos juegos en donde también participaban los artesanos, para hacer los implementos de capiruchos, yoyos, trompos, fabricar los cinco o canicas o simple y sencillamente tomar una liga, que se compraba en un almacén de costurería, también se han visto afectados en su economía”.
Adiciona que “Ahora se les presenta a los niños un montón de juguetes diversos muy tecnológicos, entonces ya no llaman la atención este tipo de juegos artesanales”. Adiciona que “antes no se requería mucha o nada de inversión comprar un trompo, lo podría hacer el carpintero, hasta se fabricaban las mismas pelotas de trapo o con algún tipo de material o de plástico. No se necesitaba nada para jugar tenta, por ejemplo, electrizado y policías y ladrones”.
Las consecuencias a largo plazo
Todo este cambio en las prácticas de ocio trae consigo varias secuelas, indica el experto. “Como, por ejemplo, el miedo al espacio público, y al mismo tiempo como ciudadanía ya no se exige que haya más sitios de este tipo. Otra cosa es la socialización, que va creando más ambientes individualistas y no se refuerza el espacio colectivo, eso afecta la relación entre el poder hacer tejido social y la colectividad. Aparte que también hay una afección en el ámbito de las tradiciones, porque todos esos juegos tradicionales se van perdiendo y los ven como exóticos. Incluso algunas personas hasta se aprovechan para poder vender un trompo o un juguete de este tipo, pero mucho más caro, como que fuera una cuestión eminentemente exótica”, resalta.
“Gracias al diario por promover estas temáticas porque hay que identificarlas. Pareciera que son cosas no relevantes, pero sí son muy importantes, porque eso explica mucho de por qué se van perdiendo también formas tradicionales culturales como contar historias de miedo o leyendas locales. Ahora todo lo resuelve la tecnología y el sobreuso de esta, la sobreexposición realmente resulta peligrosa”, finaliza Chaulón.
Al rescate de la vieja escuela
Luis Ortiz es actor de teatro egresado de la Universidad Popular (donde inició sus estudios en 1979) y hasta la fecha continúa con esa labor. En la actualidad tiene una obra titulada Juguemos al juego que todos jugamos, dedicada a rescatar los entretenimientos tradicionales guatemaltecos. Cuenta con una colección de capiruchos antiguos de carrizo, yoyos, trompos, chajaleles de tapitas y botones, matracas, ronrones, guitarras, trastecitos de barro y de hojalata, pitos de caña y bambú, espantasuegras, pelotas de plástico y tripa de coche, yaxs y cincos. Además cuenta con un pequeño lote de aparatos que se utilizaban en el siglo pasado, con la finalidad de “enseñarle a los patojos”, expone.
Ortiz tiene una página en Facebook, Comedia Camaleón, en la que explica todas estas cosas. “Yo hago un video a diario hablando sobre los juegos tradicionales guatemaltecos. Ya tenemos bastante para enseñarles los patojos cómo vivíamos del siglo pasado. Además, estamos en la radio TGW los martes y jueves, a las 11:00 de la mañana, con un programa que se llama Los patojos de ayer, donde entrevistamos a todo tipo de artistas guatemaltecos. La primera media hora la utilizamos para saber cómo vivieron de patojos y la segunda la empleamos para ver qué están haciendo por Guatemala”, detalla.
Todos sus implementos son portátiles para que pueda mostrarlos en sus presentaciones, ya sea en colegios, empresas o cualquier otro lugar donde lo contraten.
Su amor por lo tradicional
La carrera del actor se inició en el teatro, pero luego se trasladó a la televisión en el programa del señor Chalo Hernández, en la década de 1980. Lo primero que coleccionó fueron monedas de antaño, pero luego llegaron a sus manos algunos juguetes “y dije, bueno, vamos a comenzar a coleccionarlos. Se puede decir que desde 1985 hasta la fecha colecciono”, explica.
Muchas veces presenta sus juguetes en asilos y comenta que al verlos “les provoca alegría (a las personas); hay muchos que están tristes y les da mucha felicidad ver los capiruchos o jugar con yax, hay algunas abuelitas que lo hacen y se sienten muy felices y digo ‘esta es una terapia para ellos’”, indica Ortiz.