La iglesia de San Cristóbal Acasaguastlán ha sido, por 370 años, centro de congregación de fieles católicos.
Es temprano y el mediodía aún está lejos. Parado en el atrio de la iglesia de San Cristóbal Acasaguastlán, El Progreso, el sudor escurre por el rostro y la transpiración moja la ropa.
Las temperaturas altas forman parte del clima de esa región y debido a eso en la fachada blanca del templo colonial se observa en relieve, y pintado de rojo, un sol en medio de formas barrocas.
Fue construida en 1654, por el corregidor Diego de Vitoria y Zapata; ha sido restaurada por lo menos tres veces; la última culminó en 2000, de acuerdo con el libro San Cristóbal Acasaguastlán, Yolcuat, Serpiente Cascabel, escrito por Carlos Humberto Zamora Ruiz.
El citado texto también señala que la ermita está “orientada hacia el poniente en los equinoccios de primavera y otoño, iluminando su altar mayor al caer el sol en el oeste”.
En su interior se cobija la imagen del Señor Sepultado, que durante la Semana Santa recorre el pueblo en andas de 32 brazos. Y, al fondo, en un retablo tallado y elaborado con maderas de cedro y caoba destacan esculturas e imágenes sacras. La citada región siempre ha sido un lugar de veneración. Al momento de la Conquista, el pueblo de Acasaguastlán era un lugar santo y sagrado para los indígenas, que no poseían construcciones de envergadura, sino solo montículos de culto, según la Memoria de Labores de 2021 de la comuna de ese lugar.
Historia
El municipio oriental está ubicado en los márgenes del río Motagua, que en tiempos de la Colonia era navegable y utilizado por los españoles para comerciar con el Caribe y la capital.
“Ahora no se ve nada del Motagua, pero hace 400 años el río era muy grande y aquí desembarcaban las naves que venían de Puerto Barrios y que traían las mercaderías”, dice Douglas Guerra, oriundo de San Cristóbal Acasaguastlán, mientras señala con el dedo índice hacia el afluente desde lo alto del templo católico de ese municipio.