“Buenos días. Andamos ofreciendo la vacuna contra el Covid-19, para que no les dé fuerte la enfermedad”, dice Juana Jacobo, inoculadora del Centro de Salud de Mataquescuintla, Jalapa, luego de tocar la puerta de las casas de las familias que viven en la aldea Sansupo.
“Es importante hacer conciencia en quienes no se han vacunado, para que lo hagan y se protejan de la enfermedad” Wendy Lemus Beneficiada
La caminata de casa en casa, de ella y de otras tres personas que la acompañan, empieza a las 8:00 y concluye a las 17:00. Su misión es llevar el biológico a los lugares más lejanos y elevar los niveles de inmunización.
A Sansupo, que queda en la cima de una montaña, se llega luego de transitar en vehículo durante unos 40 minutos por un camino serpenteado de terracería y a cuyos lados hay cultivos de café. La mayoría de las viviendas son de adobe y con techo de zinc.
En la aldea viven 1496 personas mayores de 18 años y, de ellas, 295 cuentan con la primera dosis contra el coronavirus y 230 con el esquema completo. Además, en ese lugar residen 294 menores que tienen entre 12 y 17 años, de los cuales 40 cuentan con la primera inyección contra la enfermedad y 17 con el esquema completo, de acuerdo con estadísticas del Centro de Salud.
Compromiso y persistencia
Las calles de la comunidad son polvorientas y empinadas. El grupo de salubristas las recorre a pie sin importar la distancia ni el clima.
25 de febrero de 2021 comenzó la vacunación en todo el país.
No son pocas las ocasiones en que la población le dice un “no gracias, que Dios se lo pague” o se esconden en las casas y no salen a atender el llamado.
La persistencia del equipo tiene su recompensa en otras ocasiones. Por ejemplo, doña María Carrillo, de 75 años, quien se encuentra limpiando el patio de su casa, acepta que le administren la segunda dosis de AstraZeneca.
“No he podido ir al pueblo porque tengo que pagar Q9 de ida y otros Q9 de regreso y a veces no tengo ese dinero porque soy viuda y vivo sola”, cuenta luego de ser inmunizada.
Las jeringas y los blíster de acetaminofén los lleva Juana en una mochila rosada con tonos azules que carga a la espalda. Mientras que un compañero transporta una hielera con diferentes marcas de biológicos que existen en el país.
Reconocen esfuerzo
Luego de caminar durante una hora, los salubristas llegan al caserío La Esperanza, donde Wendy Lemus autoriza que vacunen con la primera dosis de Pfizer a su hijo Edilson, de 14 años.
“Ellos hacen su esfuerzo en buscar a quien vacunar y eso nos evita ir al casco urbano. Es bueno que insistan para convencer a las personas”, dice la madre del menor.
En gran parte de la mañana, el cielo estuvo nublado y sopló un aire fresco que aminoró el cansancio por la caminata. “Hoy hizo buen día porque aquí hace mucho calor”, dice Juana, mientras platica pero sin dejar de caminar.
A eso de las 14:30, ella se pone un sudadero azul y se cubre la cabeza con el gorro porque empezó a brisar y, junto al grupo que la acompaña, empieza a subir una empinada cuesta en busca de más personas que quieran vacunarse.
Ese día, 25 de febrero, otros equipos de vacunadores salieron a las aldeas San Granada, Sanuaso, Las Brisas, Río Dorado, Las Minas y La Esperanza, todas de Matasquescuintla, con el mismo fin: tocar de puerta en puerta y convencer a la población para que se vacune contra el coronavirus.