David Lepe
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Foto: Cortesía Universal Pictures
Era un sábado por la noche de 2001. Mi amigo Julio me llevó a lo que él nombró como: “Una noche de emoción y adrenalina”. Paramos en unas calles de la zona 13 repletas de jóvenes abriendo los capós de sus carros, midiendo el aire de sus llantas y, lo más molesto (para mí), acelerando los motores como un gran coro que proyectaba el mensaje: “Mi carro es más grande que el tuyo”.
Y no quiero criticar o desmeritar a los amantes del motor, para nada. Lo que sucede es que, por ejemplo, durante ese año mientras jóvenes adultos colgaban en sus habitaciones fotografías de Lamborghinis y Ferraris, yo lo hacía de pósteres y collages de Iron Maiden y Nirvana.
Así que esa noche, después de que vi a la primera pareja de carros salir “despepitados” en una competencia cuarto de milla, Julio me dio la bienvenida a las afamadas carreras clandestinas.
Se vendieron todos los boletos de la función y no había una sola mujer en las butacas.
Media hora más tarde, una radiopatrulla pasó con la sirena a todo volumen, lo que provocó que todos saliéramos huyendo, como cuando encendemos el foco de la cocina a la 1 de la madrugada para que las cucarachas se escondan y nos dejen pasar tranquilos a servirnos un vaso con agua.
Un par de meses después, Julio me pidió que lo acompañara a ver un filme al cine y que él pagaba las entradas. “Es de acción y adrenalina”, me avisó. Accedí.
La película se llamaba The Fast and the Furious (Rápido y furioso, en Hispanoamérica y, A todo gas, en España). Después de la primera media hora, me volteé y le dije a Julio que esa historia era un homenaje a esas carreras callejeras “sin oficio” de la zona 13. Él asintió con la mirada y respondió: “Por lo menos emocionate con las chavas”, en referencia a Letty Ortiz (Michelle Rodríguez) y Mia Toretto (Jordana Brewster). Cada vez que salían en la pantalla gigante, el público las recibía con chiflidos y unos
cuantos “mamacitas”.
Porque olvidé mencionar: se vendieron todos los boletos de la función y no había una sola mujer en las butacas. Además, hubo escenas que no entendí si los alucinados asistentes se enamoraban de Letty, de Mia, o del Mazda RX-7 FD3S Veilside con el que corría Dom Toretto (Vin Diesel).
Durante los créditos finales, expresé en voz alta: “Esto fue Point Break (1991), pero cambiaron las tablas de surf por carros con óxido nitroso”. Julio solo respondió con una sonrisa, casi hipnotizado por el mundo recién conocido de Toretto y amigos. Ya en los sótanos del parqueo del centro comercial, varios “graciosos” jóvenes aceleraban el motor de su carro y rechinaban llantas al avanzar cada metro en la cola de la salida.
“Tenemos que regresar a ver la parte 2, porque Dom quedó vivo”, me dijo Julio. Respondí “ya veremos”, pensando en que no había chance alguno de que se produjera una secuela de ese bodrio motorizado. Pero, ¿qué se yo de franquicias de acción y aventura económicamente exitosas? Mientras escribo esta columna, veo que ya está en las salas de cine Fast X, la décima entrega (sí, leyó bien respetado lector, décima) de la franquicia Fast & Furious.
De lo que estoy seguro es que, si Julio no se nos hubiera adelantado, en estos días ya me estaría entrando al Whatsapp el mensaje: “David, ¿emoción y adrenalina? ¿Letty y Mia? Te invito al cine”. Y aunque hubiera dicho “no gracias”, hoy me hubiera encantado recibir esa invitación a sumergirme, junto con Julio, en ese universo cinematográfico de carros voladores, superpoderes y, claro, la familia.