David Lepe
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Foto: Cortesía Netflix
“A los invitados nos sacaron de la casa de manera apresurada, con las palabras: “Mucho gusto, gracias por venir”. No entendía cuál era la prisa.
Horas antes, una amiga se había casado por lo civil y lo celebró con un almuerzo en casa de una tía del novio. Hubo comida, pláticas y risas. Cerca del atardecer, mientras me servía el quinto vaso de horchata (no había licor), noté que los tíos del novio, un grupo de primos que no se veían desde hace años, comenzaron a lanzarse miradas y señas.
Minutos después, nos sacaron de la casa a los pocos invitados que no éramos parte de la familia. La curiosidad me acechó, así que busqué un hueco en la ventana de la pared del jardín y vi que el grupo de primos retiró los sillones de la sala, y solo dejó una pequeña mesa redonda en medio, con un cenicero.
Uno de ellos le dio play a un casete y se comenzó a escuchar una música rock, con tintes como campestres. Lo poco que entendí de la letra de esa primera canción era que en la esquina de la calle, unos niños pobres hacían música con sus pies.
Los primos encendieron sus cigarros artesanales y comenzaron a darle vueltas a la mesa, mientras bailaban y cantaban. Desde el centro de la mesa salían hilos de humo que pronto se convirtieron en nubes grises en el interior de la casa. Ah, y apareció milagrosamente el ron.
Después siguieron otras canciones igual de memorables, como una en la que el coro gritaba que no era un “hijo de millonario ni afortunado”, y otra que pedía no salir de noche, pues estaba iluminada por una luna maléfica. Esa música me estaba seduciendo.
Una de mis amigas que me acompañaba afuera y sin llamarle la atención el ritual dentro de la casa, me explicó: “La banda que suena se llama Creedence. Son gringos. Mi papá tiene sus discos. Él dice que son mejores que The Beatles”. Ya hablar de ese tema es como sumergirse en arena movediza, pero lo que aborda tal tópico es el documental/concierto Travelin’ Band: Creedence Clearwater Revival at the Royal Albert Hall, que puedes ver en Netflix.
Además de compartir el histórico recital que la banda dio en la famosa sala británica en 1970, este filme presenta los días en que Paul McCartney renunció a The Beatles y, casualmente, Creedence se encontraba en su mejor momento. También podemos escuchar al gran Jeff Bridges narrarnos el ascenso y la caída de la banda estadounidense.
Regresando a aquella tarde de finales de los noventa, minutos antes de retirarnos, sonó la canción que selló mi encanto con Creedence Clearwater Revival. Era una balada acústica en donde el cantante, con voz rasposa y dulce a la vez, relataba que alguien le había dicho que antes de la tormenta, existe una calma. ¿Quién hubiera dicho que esa canción, acerca de la lluvia en días soleados, se convertiría en mi himno de batallas perdidas?
¡Larga vida a Creedence! Sobre todo durante esos días cuando el sol es frío y la lluvia arrecia.