El género del rock conocido como metal es tan intenso como incomprendido. Mi encanto con este tipo de música nació en 1989, cuando tenía 12 años y cursaba sexto de primaria. Mi amigo Oscar me tomó del brazo al principio de un recreo en el colegio y dijo: “Tenés que escuchar algo”.
Ya me creía roquero por tener un disco de Alux Nahual y otro de Bon Jovi, pero mi vida giró esa mañana, en el jardín de atrás, donde había entre 10 y 12 patojos. Mis amigos de clase Jorge y Gunther ya estaban en el círculo, hasta enfrente, rodeando a Federico (más conocido como el Loco Lico).
Lico era un estudiante de diversificado que siempre andaba despeinado, con la camisa sucia y zapatos rotos. Un día decidió llevar una grabadora para poner sus casetes de metal y escucharlos durante los recreos. De a poco, algunos curiosos comenzaron a acompañarlo en ese rincón olvidado del colegio. Así llegué a ese selecto e improvisado miniclub.
Durante mi primer recreo con Lico sonó Ozzy Osbourne, Iron Maiden, Judas Priest, Testament y Megadeth. “Increíble Megadeth”, expresé en voz alta. Lico me respondió: “Es de su música menos comercial”. Asentí con la cabeza, aunque no tenía idea de a lo que se refería.
En Metal Lords se escuchan algunas canciones de Metallica, Pantera, Black Sabbath y Guns N’ Roses, entre otros.
Días después acompañé a mi mamá al supermercado. La verdad necesitaba aventón para llegar al centro comercial y visitar Discos & Cosas, una tienda donde vendían discos de acetato. Así vi por primera vez las portadas de los LP de esas bandas que tanto me habían impactado. Conocí a Eddie the Head y Vic Rattlehead, mascotas de los Maiden y de Megadeth, respectivamente.
También vi la contraportada del “…And Justice for All”, de Metallica, con los retratos de cada uno de los integrantes. “Qué feos estos señores, ¡ya quiero escuchar todos sus discos!”, pensé.
Semanas después tapicé mi habitación con pósters de estas agrupaciones, pero la emoción duró poco. El colegio avisó a los padres de familia que ese tipo de música adoraba al Diablo. La verdad, no me molestó retirarlos de las paredes, porque el cartel de Number of the Beast, de los Maiden, ya se había caído tres veces, y no podía dormír por miedo a que Eddy se saliera de la foto en la noche para jalarme las canillas.
Así fue mi ingreso al metal, género el cual ya no sigo tan de cerca como antes, pero que siempre será uno de los tipos de rock que más respeto. Relato esto porque en Netflix se estrenó este año Metal Lords, filme acerca de tres adolescentes que buscan formar una banda de metal para competir en una batalla de las bandas.
Al final, el metal, así como todos los géneros del rock, está ligado a las historias, ya sea de los artistas o del público. Y este filme, aunque está lejos de ser perfecto, se disfruta.
Está escrito por el fanático de metal D. B. Weiss (co-creador de Game of Thrones), mientras Tom Morello, guitarrista de Rage Against the Machine, funge como productor ejecutivo y consultor.
En Metal Lords se escuchan algunas canciones de Metallica, Pantera, Black Sabbath y Guns N’ Roses, entre otros. Y se muestra una simpática reunión de cuatro estrellas del metal en forma de holograma, muy al estilo de Jedis post mortem. Muy recomendado el filme, más si leíste esta columna y no pensaste: “Pinche David y su música satánica”.