sábado , 23 noviembre 2024
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Vamos al cine, mamá

Aunque a veces mi memoria parece un motor oxidado, el primer recuerdo que tengo de estar en una sala de cine con mi mamá es en la proyección de Star Wars (1977), filme ahora conocido como Star Wars: Episode IV – A New Hope. Estaba preocupada porque no sabía si yo estaba entendiendo la historia. Eran demasiados subtítulos para un niño que estaba en pañales con la lectura. Al final, si no capté el mensaje, por lo menos quedé hipnotizado con los láser.

Años después, le dio gracias a Dios en voz alta cuando hubo problemas de energía eléctrica y detuvieron la proyección de Jaws 3-D (1983). Gritaba al ver frente a ella los colmillos del tiburón protagonista o los trozos de cuerpo humano masticados por el simpático animal. Confieso que fue gracioso.

Una de las experiencias más bonitas que tuve con ella en una sala de cine fue cuando, de sorpresa, me llevó a una sala en la zona 1 (es una lástima no recordar cuál) para ver Back to the Future (1985). Con poporopos y gaseosa en mano, nos divertimos viendo una de las historias más divertidas de los ochenta. Ella tenía alrededor de 30 años, así que estaba emocionada. Tanto fue su gusto, que hasta me compró un chaleco parecido al de Marty McFly, el que vestí durante años, hasta que se rompió.

También nos llevó con mis hermanos a ver Transformers: The Movie (1986) y Batman (1989). No recuerdo en cuál de estas, mi hermano pequeño, que tenía menos de 5 años, se la pasó abajo de las butacas durante la proyección. Al final, expresó que lo que más le había gustado de la velada fueron los poporopos. Mi mamá le preguntó que cómo los había probado, porque no habíamos comprado, a lo que respondió: “Mama, los poporopos que estaban en el suelo”.

Con poporopos y gaseosa en mano, nos divertimos viendo una de las historias más divertidas de los ochenta.

A este mismo hermano le destrozó el muslo a pellizcos durante un matinal de Jurassic Park (1993). “Ahí viene ese monstruo desgraciado”, susurraba ella con miedo cada vez que aparecía un velocirraptor en la pantalla, mientras le retorcía la piel a su hijo. Después hay varias experiencias interesantes que guardo en la memoria, como las carcajadas con Full Monty (1997), y mi rostro sonrojado al ver a Natalie Portman realizar un baile sensual en Closer (2004). “Ahora sé por qué no querías ver Closer conmigo”, me dijo al terminar ese último filme. Levanté las cejas y los hombros, y reímos.

Hace algunos meses comenzó a ver la saga de Toy Story, para después verlas nuevamente, pero con mi hija. Quería ser una abuela actualizada. También hablamos acerca de regresar a una sala de cine, pero le preocupaba su dolor de espalda. 

Era fan de James Bond, así que nos quedó pendiente ir a ver No Time To Die. Al decir verdad, nos quedó pendiente mucho. Y no miento al decir que tengo momentos débiles, en los que siento que nos quedó pendiente todo. 

Hace algunos años, me recomendó ponerle atención a una frase en The Fountain (2006): “Nuestros cuerpos son prisiones de nuestras almas. Nuestra piel y sangre, nuestras barras de hierro de confinamiento. Pero no debemos temer. Toda piel decae. La muerte nos convierte en ceniza. Así que, la muerte libera a toda alma”. Gracias por la recomendación, mamá. Gracias por todo.

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