A veces es importante sacar todo lo negativo, para adquirir la capacidad de apreciar lo que en realidad es útil. Algo así como vomitar ante una indigestión. Esto fue lo que sucedió con el documental Rompan Todo, de Netflix, que prometió relatar la historia del rock en Latinoamérica, y terminó generando una gran cantidad de adversidad en la audiencia.
La publicidad resultó engañosa. Una obra audiovisual, de seis episodios, ¿puede acaparar todo el rock latinoamericano? Imposible. Así que, por ahora, toca conformarnos con Rompan Todo, este filme documental con sabor “Gustavo Santaolalla & business partners”.
Pero, como la vida misma: no todo es malo. Después de dos meses de haberse estrenado, creo que ya es un buen momento para hablar de lo bueno que nos dejó Rompan Todo. En lo personal, hoy rompo la piñata de la nostalgia y me quedo con dos detalles.
Primero, me recordó varios momentos que disfruté en los conciertos a los que he tenido la oportunidad de asistir. Como Los Fabulosos Cadillacs, en un gran momento de su carrera, tocando Matador, en San Salvador; saltar al ritmo de La Ingrata, en los cinco conciertos de Café Tacuba en los que he estado; escuchar cantar a capela y sin micrófono a Fito Páez, en un Teatro Nacional lejos de un lleno total; ver a Andrea Echeverri sonrojarse cuando el público en Tikal Futura le gritó “¡vuelta, vuelta!”; admirar a Andrés Calamaro, frente a la hermosa fachada de La Ermita de la Santa Cruz (Antigua Guatemala); bailar Pachuco con La Maldita Vecindad, en una Plaza de Toros casi vacía; entrar en el slam Molotov, en el Campo de Marte; ver a Enanitos Verdes, de colado, subido en la pared de un restaurante de moda durante los 1990, y cantar “Aprendo de mis pasos, si entiendo mi caminar”, con Julieta Venegas (“Mi hermosa Julieta”, diría Bunbury).
Y, segundo, regresé a esa etapa de mi vida en la que, con mis amistades, cargamos discos, casetes, libros y revistas de literatura y poesía en nuestros morrales o mochilas. Intercambiamos CD, películas, publicaciones alternativas, pulseras típicas y cigarros.
Vestimos playeras negras, pantalones rotos, varios chapulines y, si estábamos en Pana, incluimos algunos gorros raros al look. Discutimos que si era mejor Soda Stereo que Caifanes o que no era de nuestro agrado Illya Kuryaki and The Valderramas (pero, después de dos cervezas, hasta cantábamos a todo pulmón “abarajame la bañera, nena”).
También debatimos los viernes o sábados en la noche acerca de si ir al concierto de Bohemia Suburbana, al de Viernes Verde o al de Ricardo Andrade y Los Últimos Adictos, entre otros. Hubo muchas melenas largas y despeinadas, poca grasa corporal y demasiados sueños que, por momentos, se desbordaron. Algunos de estos sueños mutaron, otros quedaron guardados en el olvido.
Eso es para mí Rompan Todo: un inesperado y reconfortante viaje al pasado. Y, a ti, ¿qué te quedó ganas de romper?