Primero: Llegamos con dos amigas a la sala de cine, y una de ellas llevaba a su hermana de siete años. De manera inexplicable, nadie se opuso a que la pequeña entrara con nosotros a una proyección para adultos. El filme a proyectarse fue uno de los de Saw, y no estoy seguro si era la parte 1, 2, 3-B, precuela o spin-off; solo sé que a los 10 minutos de haber comenzado, ya aseguraba que había sido un error. Me tenían demasiado incómodo los sonidos estridentes, los gritos y las imágenes de un tipo cortándose la pierna. Solo cerré los ojos, discretamente me tapé los oídos e intenté ignorar todo.
Volteé a ver a mis amigas y noté que la hermanita estaba llorando. “Pobrecita, qué crueldad con la niña”, grité, mientras la tomaba de la mano y salíamos de la sala. A los minutos se nos unieron mis amigas, muy molestas por mi reacción. No me importaba, ya estábamos a salvo. Para no perder su dinero, ellas insistieron en entrar de colados a ver, como premio de consolación, una caricatura en la cual la Chilindrina interpretaba la voz de una niña. También daba miedo, pero no tanto como las acciones de Jigsaw.
De regreso a casa, una de ellas me recordó: “Prometiste que ibas a aguantar a ver toda la película, si yo te invitaba la entrada”. Le respondí: “Vos, pero la niña, qué mala onda con ella”.
Segundo: Con mi amiga Mónica compramos unos tacos y soda, y los entramos a escondidas en la sala de cine. Preparábamos una velada de mucha comida, diversión y la proyección de The Ring. ¿Qué tan mal nos podía ir? Pues la pequeña difunta con camisón y el pelo en la cara, más ese maldito y horrible espejo viejo, no ayudaron. Por más que cerraba los ojos, se me venían las imágenes distorsionadas de televisión. Nos comenzamos a sentir mal, como mareados. Hasta me surgió un poco de basca. ¡Qué vergüenza! Ni siquiera en Jackass había vomitado en una butaca, y estaba cerca de hacerlo con The Ring, versión gringa.
“¿Por qué elegiste esta película?”, me preguntó mi amiga. “No sé, tal vez porque sale Naomi Watts”, murmuré. Después de un par de gritos, al final, se encendieron las luces y agradecimos que se terminó el filme. Manejé a casa con sensación de ansiedad y preocupación, y lamentando haber dejado mi taco solamente con un par de mordidas.
Tercero: Me invitaron al estreno de prensa de The Conjuring 2, y lo disfruté como nunca. Muerto del miedo, pero me encantó. Durante las noches y madrugadas siguientes, comencé a escuchar sonidos en casa, como si alguien caminaba o abría y cerraba puertas. Una noche fue el colmo, parecía que había una fiesta en la sala. También empecé a soñar con espejos y demonios vestidos de monjas. No pude dormir bien durante tres semanas.
“Prometo no ver otra película del universo de El Conjuro”, le dije a mi esposa. “Igual dijiste hace un par de años, cuando vimos la primera”, me respondió.
Y así, esas son tres de muchas razones por las que siempre evito el género de terror, al momento de elegir un filme o serie. Inclusive, existen altas probabilidades de que siga la recomendación de mi amigo Juan Carlos (Master JC) y que mi película de Halloween para este año sea Hubie Halloween, la nueva comedia de Adam Sandler.
Y recordé: “Prometí no ver una comedia más de Sandler”, a lo que me respondí: “Parece que debo dejar de prometer muchas cosas”.