Aún no sé responder si yo no jugaba baloncesto porque era malo, o era malo porque no jugaba baloncesto. Me entienden… como la gallina y el huevo. El baloncesto nunca fue mi deporte, ni se acercó un poco a lo que fue el futbol y el beisbol en mi juventud.
En una ocasión le pedí prestada su pelota a un amigo para ir a entrenar a solas a las canchas cercanas a mi casa durante las vacaciones de colegio. Nunca pude realizar esas prácticas, porque a la velocidad de la luz entraban en escena 3 o 4 mocosos para pedirme reto. Aparecían como moscas buscando miel. Desgraciadas moscas.
Siempre terminaba con más de una cachetada en el rostro, un dedo dislocado y ampollas en los pies. Y sin haber conseguido un rebote o anotar un solo punto.
Creo que el logro más importante que guardo de este deporte fue una vez que le gané a dos amigas de la universidad. Cabe mencionar que durante el encuentro ambas vistieron sus acostumbradas botas de plataforma noventeras. Pero jugaban bien, confíen en lo que digo.
Para lo que de verdad terminé siendo estupendo fue para no perderme en televisión por cable los juegos de Michael Jordan y los Bulls de Chicago. ¡Maravillosos!
Desde las primeras notas de Sirius, cuando introducían a la alineación titular de los Bulls, hasta los últimos puntos de Jordan, era toda una aventura.
Nunca soñé jugar como él o tuve una playera de los Bulls (ni siquiera de Space Jam, con Bugs y Daffy), y eso que las vendían en cada esquina de cada mercado o tienda. Pero recuerdo maravillarme con el vuelo de Jordan y el espectáculo de Pippen y compañía. Se me eriza la piel con tan solo recordarlo.
Así que no es sorpresa compartirles la emoción que siento al ver el documental The Last Dance, en Netflix, acerca de Michael Jordan, del equipo, sus rivales, la franquicia, las figuras deportivas y lo que rodeó a los legendarios Bulls.
Sonaré como un viejito estrenando placas dentales al decir: “Ahora la NBA no es así”. Acepto que hay jugadorazos y hay buenas figuras, pero ¿dónde está el drama? ¿dónde están los juegos de palabras y retos en la cancha? ¿dónde está la mirada a los ojos después de haber clavado una canasta encima del contrincante? ¿dónde está Jack Nicholson?
No solamente ha sido interesante revivir esos tiempos de la NBA, también he regresado a esa época: los 90. He quedado pensativo al ver en el documental a las personas sin un teléfono celular en la mano todo el tiempo, revivir el poderío de los medios de comunicación tradicionales y ver a gente divertirse con juegos de cartas o, sencillamente, conversando unos con otros.
Así éramos en esa década, así peleábamos cada día por ser mejores, o por lo menos por empatarle a la vida. Ahora, tal vez lo seguimos haciendo, pero añadiendo selfies en Instagram. Vean The Last Dance, superrecomendado.