Era una de las últimas tardes del siglo pasado, esas en las que todos los jóvenes de 25 años esperábamos que en el primer segundo del 2000 los relojes de las computadoras enloquecerían y reinaría el colapso mundial. Me encontraba sentado en una banca de un parque, uno muy colorido y limpio.
Un bus se detuvo frente a mí y salieron algunas personas. La última en bajar las gradas lucía sus acostumbradas botas estilo militar, short gris, blusa negra con cuello en V, chumpa roja y tres aretes en su oreja izquierda. “¡Es la amiga de Daria!”, pensé, pero no recordaba su nombre.
Caminó hacia mí y se escuchó de fondo By Way Of The Green Line Bus, de la escena en The Royal Tenenbaums cuando Gwyneth Paltrow se baja de un bus y se acerca a Luke Wilson para darle un abrazo.
Me puse de pie. “Hey”, me dijo con su voz ronca y despreocupada, y no con la de anciana buena onda de su versión en inglés. Sus ojos azules brillaban. Nos abrazamos de manera tropezada. Comenzó a burlarse de un tipo de 40 años que en el bus hacía comentarios torpes acerca de que en los 80 la música era mejor que en los 90.
Iniciamos una caminata. Ella hablaba de pintores que tenían apellidos alemanes, rusos y austriacos, creo. Yo no entendía mucho, y lo notó. “¿Te estoy aburriendo? Hablemos de tu pos grunge entonces”, me dijo con su acostumbrado tono que ya no se sabe si es sarcasmo, ironía o qué más.
Sonreí y le pregunté a dónde íbamos. “A mi casa, a enseñarte mi proyecto nuevo de pintura”, reaccionó emocionada, y me tomó la mano.
“¡Me tomó la mano y vamos a su casa!”, pensé abrumado. Una gota de sudor bajó por mi frente. En mi cabeza revoloteaban varias ideas, como: “Ella pinta en su habitación. Que no llegue Daria como tal tercio. Tal vez conoceré a Trent. Espero que no sea celoso”.
Entramos en su casa y ella se dirigió a su habitación. Dijo sonriendo: “Espera acá en la sala”. Me quedé en ese lugar en donde no había muebles. Solamente notaba mucho polvo y unas revistas de Sick Sad World en el suelo.
De repente las paredes del techo de la casa comenzaron a desvanecerse y los colores a mezclarse unos con otros. Y desperté. Me tomé la cabeza y pregunté por qué me creía todos mis sueños. Y llegó a mi mente: “¡Jane! Así se llama la amiga de Daria, hubiera sido útil recordarme antes”. ¿Qué? ¿Tú nunca has soñado con tu crush de caricatura?
Por David Lepe