Jesse Pinkman es el perdedor por excelencia de Breaking Bad. No es que la maravillosa serie esté plagada de “ganadores”, para nada, pero si hay un personaje que nos mantuvo en constante depresión durante las cinco temporadas de la serie, es este joven.
Todos conocemos a alguien a quien consideramos: “La misión de este ser humano es caer en la vida”. O como dice mi amigo Gabriel: “Hay personas que hasta cuando ganan, pierden”.
Así es Jesse, un muchacho que pasó de ser un “desvalorado”, por carecer de la aceptación de sus padres y amigos de infancia, a convertirse en un “incapaz” de conseguir algo, aunque sea un poco, de felicidad, de bienestar… de amor.
Derrotado, vapuleado. Terminó autoproclamándose un “bad guy”, y lo peor de nombrarse con este tipo de adjetivos es que, en vez de querer cambiar, resulta más fácil justificarlo y seguir comportándose así. Es más, hasta es más atractivo empoderarse de estas calificaciones que luchar contra ellas.
Asfixiado, torcido. Agradezco este tipo de personajes en el cine y la televisión, porque nos recuerdan que, a la vuelta de la esquina de nuestra Calle Comodidad, podemos encontrar pantanos y arenas movedizas, nidos de culebras y depredadores hambrientos.
Pero gracias a los dioses de la buena TV, ya está en Netflix El Camino, la película de Breaking Bad. Este filme narra lo que sucede después del asombroso Felina, el capítulo final de la serie, que termina con un Walter White tirado en el suelo, herido y viendo hacia el cielo, y con un Jesse huyendo de la Policía y de un grupo de nazis que lo mantenían secuestrado.
Es una última oportunidad de nuestro querido amigo de los pantalones guangochos, para acercarse lo más posible a la luz. Esas cicatrices en la frente, más que marcas de golpes, representan ese camino doloroso que este joven ha experimentado y las vidas que le están cobrando. Merecido o no, esto ya es otra historia.
“Eres muy afortunado”, le dice a Jesse una voz grave y rasposa en El Camino. “No tuviste que esperar toda tu vida para hacer algo importante”, agrega esa voz con tono de sabiduría y cansancio.
A veces, la salvación está tan cerca de nuestras narices que no la podemos identificar. En otras ocasiones está en manos del universo y del camino al cual decida llevarnos.
Por David Lepe