Jaume Aurell
Catedrático de Historia Medieval
Tony Judt fue un respetado consejero de Tony Blair, a quien dotó del realismo que aportan los historiadores a los políticos. Convencido europeísta, fue además un ejemplo de intelectual comprometido socialmente.
Aquejado dramáticamente de una esclerosis lateral amiotrófica, tuvo que escribir su gran obra sobre Europa (Posguerra: Una historia de Europa desde 1945) con la ansiedad de quien conoce ya el fin de sus días y quiere dejar un legado imperecedero.
Lo consiguió. Se trata de una monumental historia reciente de Europa que tiene el ritmo de un thriller y el alcance de una enciclopedia, y que debería formar parte del plan de estudios de todos los bachilleres europeos. Después de casi mil páginas de profunda erudición y clarividente interpretación, Judt concluye:
“El siglo XX asistió a la caída de Europa en el abismo. Estados Unidos forjó el mayor ejército y China fabricó más bienes y más baratos. Pero ni Estados Unidos ni China tienen a su disposición un modelo útil susceptible de emulación universal.
Europa aparece hoy día como una digna pero algo avejentada dama.
Al pesar de los horrores de su pasado reciente – y en gran medida a causa de ellos – ahora son los ‘europeos’ los mejor situados para ofrecer al mundo ciertos modestos consejos sobre cómo evitar la repetición de sus propios errores. Pocos lo habrían predicho hace sesenta años, pero el siglo XXI todavía puede pertenecer a Europa”.
Europa aparece hoy día como una digna pero algo avejentada dama, algo así como alguna de esas esculturas bellísimas, de cuerpo entero, pero algo deslavazadas, inexpresivas y mutiladas, que han llegado hasta nosotros desde la Antigüedad clásica: la Venus de Milo, la Victoria de Samotracia y las Cariátides del Partenón.
Su porte elegante y su mirada insabible siguen intactas, pero el paso del tiempo las ha relegado a una aparente monumentalidad estéril. Y, sin embargo, sigue ejerciendo una fascinación permanente entre sus millones de visitantes, procedentes de todas las civilizaciones, atraídos por ese algo sublime que solo consiguen los clásicos.
Pese a su longevidad y aparente decrepitud, esas tres esculturas siguen siendo ‘actuales’, nos siguen inspirando. Cuando leí el párrafo de Judt, pensé, una vez más, que Europa, pese a su aparente senectud, conserva una dignidad y una serenidad que debemos valorar en su justa medida y tratar de avivar, si no queremos equivocarnos en cuestiones esenciales.
Pensé, asimismo, qué actual sigue siendo aquella admonición tan sabia, atribuida al célebre compositor centroeuropeo judeo-católico Gustav Mahler: “La tradición no consiste en adorar las cenizas, sino en avivar el fuego”. Embelesarnos con nuestro pasado europeo, que es tan excelso, es un ejercicio tan necesario como reconfortante.
Continuará…